¡Gracias Oscar Jairo González Hernández!
No hay ningún mérito en ello pero, a diferencia de la mayoría de aquellos de mi generación que pasaron por el Surrealismo, yo no llegué a él a través de la Historia… de Maurice Nadeau.
El nombre de André Breton se me apareció
por primera vez una noche de enero o febrero de 1946, en el curso de un surprise-party que ocurría en estudio en
el último piso de un edificio de los Campos Elíseos. Poco predispuesto hacia el
baile, aún tímido en lo que se refiere al alcohol, tomé de la biblioteca una
obra cuyo tìtulo determinó sin duda mi elección: Los cantos de Maldoror. Me aislé y emprendí una lectura que adoptó
pronto un ritmo frenético. Era la edición de Gallimard de 1938, con
ilustraciones de todos los grandes pintores surrealistas y con un prefacio de
André Breton.
Cuando él regresa a París, en la primavera
de 1946, tengo 17 años y una incultura inconmensurable. En cuanto se refiere a
los “ancestros”, aparte de mi encuentro fortuito con Lautréamont, he
frecuentado un poco a Baudelaire y a Rimbaud (los inevitables Dormeur du val y Bateau ivre, desde luego) y he oído hablar vagamente de Mallarmé y
Apollinaire. Pero sobre todo es la poesía de circunstancia lo que me exalta, la
de Aragon, la de Eluard. Al momento de la liberación, me he construido una
conciencia “comunista”, totalmente “resistente” y estalinista, que durara hasta
el verano de 1947, a pesar de la presencia oculta de Breton en mis
pensamientos.
No hay en mí el más mínimo atisbo de
contradicción, y el 17 de marzo de ese año, soy de aquellos que lo interpelan
durante el sabotaje que hace de una conferencia de Tzara en la Sorbona. No
obstante, no tengo ningún vínculo con P.C. encabezado por Francis Crémiux.
Vocifero solo, desde una platea.
Algunos meses más tarde se abre en la
Galería Maeght la exposición El surrealismo en 1947, presentada por
André Breton y Marcel Duchamp. Así es como, para mí, el “camino de Dámasco”
pasa por la rue de Messine.
Fui a visitarla en el mes de agosto, y
recuerdo aún a Claude Tarnaud jugando billar bajo una cortina de lluvia
coloreada por Duchamp… Me dirigí a una dama que parecía formar parte del
personal de la galería y le pregunté, sin más, la dirección de Breton.
Retrospectivamente, me sorprende el hecho de queme la diera de inmediato.
En septiembre, me
presenté en la rue Fontaine. Sin dejarme intimidar por un letrero altamente
disuasivo (cito de memoria: André Breton,
ni autógrafos, ni dedicatorias, ni entrevistas), toqué. La puerta se
entreabrió dejando salir una nube de humo, tras la cual emergió una larga
boquilla con un cigarrillo en la punta y detrás de ella una criatura ondulante
y suave, la feminidad en estado puro… “Vous
desirrez?” “Euh…non.” “Alorrrs, téléphonez, n´est pas.” Me dio
el número. Era Elisa.
Breton me recibió con su cortesía
acostumbrada. Le mostré algunos poemas, de los cuales percibió una ojeada su
carácter nulo, pero se calzó los guantes para decírmelo: “Voyez vous, cher ami, on no peut utiliser cette sort d´image…”,
después, ante una plétora de piedras preciosas, me citó a Valéry mostrándole un
desnudo de Renoir: el autor de la Jeune
Parque, señalando un anillo, única “vestimenta” que ostentaba la dama: “La plus beau diamant ne vaut pas la
parcelle de peau qu´il recouvre”.
Me interrogó sobre mi cultura filosófica,
ante lo cual no forcé demasiado mi modestia. “Prenez un grand philosophe, Kant, par
exemple, et lisez-la à fond”. Seguí su consejo al pie de la letra.
Finalmente, Breton me preguntó si deseaba
participar en las reuniones del grupo. Yo estaba ansioso de que me invitara. Al
día siguiente llegué al Café de la Place Blance faltando diez minutos para las
seis. Breton estaba solo, pero poco a poco comenzaron a llegar los hombres y
mujeres (nacidos alrededor de 1900) que formaban el grupo y a quienes me
presentó. Desde ese día hasta fines de 1952, momento en que asumí la dirección
de Medium, mi presencia fue
constante… y silenciosa. Después, ya se sabe.
Publicado en Le ramasse-miettes, Pleine Page/Opales. París. 1991. Vuelta. Marzo 1996. Nro 232. México.
Págs. 7-8.
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