LIBROS Y LECTURAS
SUPLEMENTO NRO 1
HOMENAJE A ANDRÉ BRETON 50 AÑOS DE SU MUERTE (1966-2016)
Coordinador: Óscar Jairo González Hernández (Profesor Facultad de Comunicación. Comunicación y Lenguajes Audiovisuales. Universidad de Medellín Medellín. Septiembre 2016.)
NADJA (Fragmento)
(…) No tenía la intención de relatar, al margen del relato que voy a emprender, sino los episodios más sobresalientes de mi vida tal como puedo concebirla fuera de su plan orgánico, o sea en la medida misma en que está sujeta a los azares, al menor como al mayor, que revolviéndose contra la idea común que me hago de ella, me introduce en un mundo como perdido que es el de los acercamientos súbitos, de las petrificantes coincidencias, de los reflejos que predominan sobre toda otra manifestación de lo mental, de los acordes de un solo golpe como en el piano, de los relámpagos que harían ver, pero de veras ver, si no fueran todavía más rápidos que los otros. Se trata de hechos de valor intrínseco sin duda poco controlable pero que, por su carácter absolutamente inesperado, violentamente incidente, y el tipo de asociaciones de ideas sospechosas que despiertan, cierta manera de hacerle a uno pasar del hilo de la Virgen a la tela de araña, es decir, a la cosa más centelleante y más graciosa que existiría en el mundo, si no fuese porque en la esquina, o en las cercanías está la araña; se trata de hechos que, aunque fuesen del orden de la comprobación pura, presentan cada vez todas las apariencias de una señal, sin que pueda decirse con precisión de qué señal, que hacen que en plena soledad descubra en mí inverosímiles complicidades, que me convencen de mi ilusión todas las veces que me creo solo al timón del barco. Habría que jerarquizar estos hechos, del más simple al más complejo, desde el movimiento especial, indefinible, que provoca en nosotros la vista de poquísimos objetos o nuestra llegada a tales o cuales lugares, acompañados de la sensación muy nítida de que algo grave esencial para nosotros depende de ello, hasta la ausencia completa de paz con nosotros mismos que nos acarrean ciertos encadenamientos, ciertos concursos de circunstancias que rebasan con mucho nuestro entendimiento, y sólo admiten nuestro regreso a una actividad razonada a condición de que, en la mayoría de los casos, apelemos al instinto de conservación. Podrían establecerse numerosos intermediarios entre estos hechos-resbalones y esos hechos-precipicios. Desde esos hechos, respecto de los cuales sólo logro ser para mí mismo el testigo hosco, hasta los otros hechos, respecto de los cuales me jacto de discernir sus defensores y, en cierta medida, presumir los resultados, hay tal vez la misma distancia que desde una de esas afirmaciones o de uno de esos conjuntos de afirmaciones que constituyen la frase o el texto “automático” hasta la afirmación o el texto cuyos términos han sido madurados en la reflexión por él, y pesados. Su responsabilidad no le parece por decirlo así comprometida en el primer caso, está comprometida en el segundo. En cambio, queda infinitamente más sorprendido, más fascinado por lo que pasa allá que por lo que pasa aquí. Está también más orgulloso de ello, lo cual no deja de ser singular, se encuentra más libre gracias a ello. Así sucede con esas sensaciones electivas de las que he hablado y cuya parte de incomunicabilidad es ella misma una fuente de placeres inigualables. No se espere de mí la cuenta global de lo que me ha sido dado experimentar en ese dominio. Me limitaré aquí a recordar sin esfuerzo lo que, no respondiendo a ninguna acción de mi parte, me ha sucedido algunas veces, lo que me da, llegándome por vías libres de toda sospecha, la medida de la gracia y de la desgracia particulares de que soy objeto; hablaré de ello sin orden preestablecido, y según el capricho de las horas que deja salir a flote lo que sale a flote.
Selección y prólogo de MARGUERITE BONNET
Traducción de TOMÁS SEGOVIA Antología (1913-1966). México. siglo veintiuno editores. 2da Edición. 1977. Págs. 75-76
CONTESTACIÓN DE UNA ENCUESTA SOBRE LA CONQUISTA DEL ESPACIO (1)
Por: André Breton (1896 -1966)
¿Así que se van a derogar definitivamente los mitos de Ícaro, de Prometeo? ¿Es qué la angustia de Pascal no significaría más que el bajísimo nivel de conocimiento de su época comparada con la nuestra y perdería hoy toda clase de sentido? Esto es lo que se vocea –o se susurra-, y lo peor es que las dos grandes potencias antagónicas que se miden en esta escala están de acuerdo al menos en este punto. Un marxista que ha quebrantado el destierro, del que se podría esperar la vuelta a la filosofía no partidista que él tiene la función de enseñar, nos dice: “El hombre siglo XX tiene ahora la consciencia del planeta como mundo acabado rebasándolo hacia un universo infinito.” Semejante frase es ambigua, desde el momento en que del hecho del que de un rebasamiento puramente exterior (de los límites espaciales en que el hombre se ha movido hasta ahora) se pretende deducir un rebasamiento de la consciencia previa. Más bien se podría temer que esta consciencia, en tanto que producto de una cultura de algunos milenios, limitada al planeta, la lleven a una situación insostenible. El “más luz” de Goethe seguramente no pasa por eso. Por otra parte, la proeza que nos presentan como el acontecimiento del siglo está viciada por la más abusiva propaganda. El resultado de la competición ruso-americana en este campo no podría ser una prueba a favor del socialismo o del capitalismo. La estrepitosa noticia me sorprendió sumido en la lectura de Rimbaud par lui-meme, de Yves Bonnefoy. El interrogante que persiste aquí no deja de parecerme de mucha mayor resonancia. El terreno especulativo al que los periódicos se esfuerzan por llevarnos no rebasa el de Jules Verne e implica, a través de nuestra propia historia individual, una apreciable regresión. Nos aseguran que pocos momentos antes de embarcar el comandante Gagarin eligió a Moliere, lo que, a mi parecer, no resuelve nada.
París, 17 de abril 1961
1.Le Figaro Littéraire, 22 de abril 1961. (Nota del edit.)
Traducción: CONSUELO BERGES. Magia cotidiana. Caracas. Editorial Fundamentos. 1975. Págs. 175-176.
LOS CAMPOS MAGNÉTICOS (1919)
Por: André Breton y Philippe Soupault (1897-1990)
ECLIPSES El color de los fabulosos saludos llega a oscurecer el más pequeño estertor: calma de relativos suspiros. El circo de los saltos a pesar del dolor a leche y a sangre cuajada está lleno de segundos melancólicos. Sin embargo algo más lejos existe un agujero de profundidad desconocida que atrae las miradas de todos nosotros, es un órgano de alegrías repetidas. Simplicidades de añejas lunas, para nuestros ojos inyectados de lugares comunes sois sabios misteriosos. Sin duda pertenece a esta ciudad del noroeste el privilegio delicioso de recoger angustias serpentinas por esas montañas de arena y fósiles. Nunca se sabe cuánto licor condensado nos traerán las muchachas de estos países sin oro. El promontorio de nuestros pecados originales está bañando de ácidos ligeramente coloreados por nuestros escrúpulos vanidosos; tantos adelantos ha hecho la química orgánica. En este valle metálico los penachos de humo se han citado para un sabbat cinematográfico. Se oyen los gritos aterrorizados de las gaviotas perdidas, traducción espontánea y mórbida del lenguaje de las ultrajadas colonias. La jibia vagabunda lanza un líquido oleaginoso y el mar cambia de color. Sobre esas playas de guijarros manchados de sangre se pueden oír los tiernos murmullos de los astros. El equinoccio absoluto. En cuanto se da la espalda a esta llanura, divisan vastos incendios. Los crujidos y los gritos se apagan; el toque solitario de un clarín anima esto árboles muertos. La noche se levanta desde los cuatro puntos cardinales y los grandes animales concilian el sueño dolorosamente. Los caminos, las casas, se iluminan. Desaparece un gran paisaje. Las miradas más humildes de los niños maltratados dan a estos juegos una repugnante languidez. Los más pequeños se escapan y cada inquietud se torna ilimitada esperanza. ¿Vejeces de enfermedades inventadas, podéis luchar incesantemente? Cuatro de los sentimientos más heróicos y todo el tropel de deseos repelidos palidecen soltando espesa sangre. Coraje auxiliar de los rebaños apestados, unión de lamentaciones montañesas, torrentes de saludables maldiciones. Era una perpetua sucesión: la circulación brusca de las auroras y el circuito sensacional de los lentos carmesíes. En un vaso lleno de un líquido granate, su intenso hervor creaba husos blancos que volvían a caer formando brumosos cortinajes. Los hombres de ojos apagados se aproximaban y leían su destino en los deslucidos cristales de las habitaciones económicas. Veían las manos gordinflonas de las vendedoras de sensaciones habituales y siempre en el mismo lugar los animales embrutecidos y abnegados. Y este pesado ardor, que hacia las dos de la tarde cruza junto a los puentes normales, recostábase lentamente en los parapetos. Las nubes sentimentales acudían prestamente. Era la hora exacta, prevista. La luz galopante muere continuamente despertando los rasguños infinitos de las plantas crasas. Las riquezas químicas importadas quemaban con la misma pesantez del incienso. Los encantos de sueños actuales se extendían horizontalmente. En aquel cielo hirviente, las humaredas de transformaban negras cenizas y los gritos se aplicaban en los más altos grados. Hasta más allá de donde alcanza la vista las teorías monstruosas de las pesadillas bailaban sin concierto. En esta hora tumultuosa los frutos colgantes de las ramas ardían. Todavía no ha llegado la hora de los meteoros. La lluvia sencilla se abate sobre los ríos inmóviles. El ruido malicioso de las mareas se dirige al laberinto de humedades. En contacto con las estrellas fugaces, los ojos anhelantes de las mujeres han quedado cerrados para varios años. Ya sólo verán las tapicerías del cielo de junio y de la alta mar; aunque quedan los ruidos magníficos de las catástrofes verticales y de los sucesos históricos. Un hombre resucita por segunda vez. Tiene la memoria sembrada de arborescentes recuerdos y por ella discurren auríferos caudales; los valles paralelos y las áridas cúspides son más silenciosos que los apagados cráteres. Su cuerpo de gigante abrigaba nidos de insectos pringosos y tribus de cantáridas. Se levanta y su esfuerzo convoca a todos los zumbidos ocultos. Los animales soltaban sus aullidos por su camino luminoso. El mar atormentado iluminaba estas regiones; una vegetación instantánea desapareció y aglomeraciones de vapores descubrieron los astros. Actividad celeste explorada por primera vez. Los planetas se acercaban cautelosamente y silenciosos oscuros poblaban las estrellas. Las colinas se rodean de las más pequeñas tardanzas. En los marjales sólo quedan recuerdos de vuelos. La necesidad de los absurdos matemáticos no ha sido demostrada. ¿Por qué estos insectos cuidadosamente aplastados no mueren maldiciendo los dolores congregados? Todas las desgracias queridas nos empujan hacia esos deliciosos rincones. El árbol de los pueblos no está podrido y la cosecha espera. Las órdenes de los jefes ebrios flotan en la atmósfera cargada. Ya no hace falta contar. El valor ha sido abolido. Concesiones a perpetuidad. El pájaro de esta jaula hace llorar a la hermosa niñita destinada al azul. Su padre es explorador. Los gatitos recién nacidos juguetean. En este bosque hay pálidas flores que ocasionan la muerte de quienes las cogen. Toda la familia es próspera y se reúne después de las comidas bajo este tilo. Un croupier aboca oro a manos llenas. El ardor más bello es el olvido. Sólo soñamos en gritos. Las bebidas calientes se sirven en vasos de colores. Los grandes pecados mortales condenados al perdón nacen en callejones sin salida. Siniestros postes indicadores, es inútil que acudáis provistos de vuestro frasco de sal. Podemos ver un número incalculable de lagos no comunicados chupados por esa barquichuela de nombre milagroso. Ese disco jadeante apareció temprano sobre las vías que trazábamos. Brazo inconexo. Molduras altivas. Sólo podía tratarse de una alerta. Las balas de algodón llegaban a provocar el orto del sol vomitando como sobre los anuncios. Lo que antecede guarda semejanza con las singularidades químicas con esos magníficos precipitados ciertos. Quizá logre centrar mi pensamiento en lo mejor de mis intereses. Cuidados de los parásitos que entran en el agua ferruginosa, absorbedme si sois capaces. Los sacos de achicoria adorno de los armarios participan de su color. De todos los navegantes suponibles el que más me agrada es el del pecho en forma de escala. Por una pista atiborrada de estrellas estas bicicletas insensatas están soplando el viento. Nonos quedan muchos días para dormir. Después de los ríos lácteos demasiado acostumbrados al estrépito de las pescadoras, los cascabeles del estuario, bajo pancartas desteñidas, y en estas perlas se nacarán tantas aventuras pasadas que luce el sol. Nacido de las caricias fortuitas de mundos desleídos, el dios que crecía para felicidad de las generaciones futuras, comprendiendo que ha llegado la hora, desaparece en el alejamiento de mil electricidades de idéntico sentido. Rezumando catedral vertebrado superior. Los últimos adeptos a estas teorías se instalan en la colina, ante los cafés que cierran. Neumáticos patas de terciopelo. A lo lejos pasan los humos silenciosos y las balas sospechosas. Sin clemencia alguna el balanceo amoroso de las trombas llena de admiración a los pequeños lagos y los globos dirigibles evolucionan por encima de los ejércitos. Tales reyes del aire adoptan una constitución necesaria de brumas y las tribunas se abren ante el arzobispo amarillo que tiene por báculo el arco iris y una mitra de lluvia refulgente. Con la vuelta alada de la osamenta de asno sobre el canto de los agonizantes todo cobra el color de las praderas; tan sólo un insecto se olvida por entre las rosas de la lámpara. Ha venido de esos apretujados canales con los que se hacen lentejuelas de las botellas y se muere de aburrimiento. Me impresiona su honorable continencia, sus amables vivacidades en cuanto le pongo encima de la mano. La sangre de las tijeretas circunda las plantas cuyas hojas están sujetas por medio de imperdibles. Tallo tieso de Suzanne inutilidad sobre todo pueblo de sabores con una iglesia como un cangrejo. Los tenderetes se convierten en presa de una infinidad endeble de microbios y esto penetra incluso dentro de los trajes de las recién casadas. Bajo color de amor, les describen a las bellas los habitáculos itinerantes de paredes asalmonadas. Estas tiendas de ultramarinos hermosas como nuestros éxitos aleatorios se hacen la competencia de piso a piso del laberinto. Una idea culpable roda la frente de los dependientes. Sobre una correhuela de celaje silbante las moscas perjuras regresan a los granos de sol. A las pequeñas liras parpadeantes les siguen tres o cuatro ensueños notables en los accidentes del terreno. Los anarquistas se han aposentado en el Mercedes. Un comerciante de habitaciones aéreas a quien han hecho beber a su salud suspira inseminando el camino. Ya no nos atrevemos a pensar en mañana a causa de esas botellas llenas de virutas de cobre y plateadas en la superficie de los mares. Palidecemos sobre manuscritos desteñidos por el sueño y esponjados de ceniza. Seremos cogidos con las manos en la caja fuerte: 13 es un número seguro. Las malas acciones no cuentan como las buenas y las comentamos con sangre fría: pero en las ciudades deliciosamente caldas, en los hoteles de paredes de vidrio (¡oh, suelo de nuestras lágrimas bátavas!) tenemos agudas lasitudes comparables al enmarañamiento de las aguas sobre las monturas de blanco coral. Nos estrellamos en direcciones incomprensibles, entre las grandes venas azuladas de lo lejano y en los yacimientos. Aquí señalan el paso emocionante de cruceros a la una de la madrugada. La carrera de regatas ya no es rayadote este jueves. Me hago regular como el cristal de un reloj. En tierra se hace tarde y se teme un acercamiento eterno de las murallas. Se declara el artificio de los meses. Las cortinas son calendarios. Si que se distingan de los inmuebles colindantes dos o tres casas de alquiler se interpelan. Nos decimos dos o tres adivinanzas atroces arrugadas sobre nada como el papel de seda. Esto dura mucho sin que sea necesario devanarse los sesos con la caridad o cualquier otra cosa. Por lo que se ve, en lo que toca a los juegos, hemos sido favorecidos. Nos atraemos limaduras hirientes por puro placer. A la cabeza de una compañía de seguros hemos hecho poner nuestro sueño, un bellísimo malhechor. Los pequeños pasatiempos anecdóticos que suben a las piernas de nuestros habanos nos conmueven mediocremente. No tengo ni un céntimo para meter en el diario. Al crepúsculo mejor postor se le abandona un mobiliario de estilo que me pertenecía. Me es totalmente igual a causa de los medios de transporte que ponen a mi alcance el único lujo instintivo. Lo que más busco son esas corrientes de aire que deforman útilmente las pequeñas plazuelas. En París existen montículos polvorientos que se retiran de la circulación. El vigilante nocturno cuelga una linterna roja y amarilla y habla solo en voz alta durante horas, aunque su prudencia no produzca siempre el efecto esperado. El se prepara algunos estupendos golpes de grisú mientras que los elegantes, cabeza abajo, emprenden un viaje al centro de la tierra. Les han hablado de huidos soles. Los grandes pedazos de espacio creados se van a toda velocidad hacia el polo. El reloj de los osos blancos señala la hora del baile. Las jarcias estúpidas del aire, antes de llegar forman monos que en seguida comprenden que se han burlado de ellos. Relajan su cola de acero colado. Su buena estrella es el ojo, revulsado a esta altura, de las mujeres que raptaron. La gruta es fresca y se presiente que hay que irse; el agua nos llama, está roja y la sonrisa es más fuerte que las hendiduras que trepan por tu casa como plantas, oh día magnífico, día tierno, como este extraordinario arete. El mar que amamos no soporta a los hombres tan flacos como nosotros. Hacen falta elefantes con cabeza de mujer y leones voladores. La jaula está abierta y el hotel cerrado por segunda vez, ¡qué calor! En el lugar del chef se puede ver a una leona bastante guapa que araña al domador sobre la arena y de vez en cuando se rebaja a lamerle. Las grandes marismas fosforescentes tienen sueños maravillosos y los cocodrilos recuperan la maleta hecha con su piel. La carrera se abandona en brazos del contramaestre. Y en ese instante interviene el gran hollín de las vagonetas que lo excusa todo. Los niños de la escuela que lo ven han olvidado las manos en el herbario. Al igual que vosotros, esta noche se dormirán bajo el hálito de este ramillete óptico que constituye un amable abuso.
Traducción de FRANCES PARCERISAS
Los campos magnéticos. Barcelona. Tusquets Editores. 1982. Págs. 25-32
ABANDONADLO TODO
Vivo desde haces dos meses en la plaza Blanche. El invierno es de los más suaves, y, en la terraza de este café, dedicado al comercio de estupefacientes, las mujeres hacen apariciones cortas y encantadoras. Las noches ya no existen más que en las regiones hiperbóreas de la leyenda. Ya no me acuerdo de haber vivido en otra parte; los que dicen haberme conocido antes deben equivocarse. Pero no, añaden incluso que me creían muerto. Tenéis razón en llamarme al orden. Después de todo, ¿quién habla? André Breton, un hombre sin gran coraje, que hasta ahora, mal que bien, se ha satisfecho con una acción irrisoria y esto tal vez porque un día se sintiera para siempre, con demasiada dureza, incapaz de hacer lo que quería. Y es verdad que tengo conciencia de haberme ya desvalijado a mí mismo en varias ocasiones; es verdad que me siento menos que un monje, menos que un aventurero. Esto no impide que no desespere de recuperarme y que a principios de 1922, en este hermoso Montmartre en fiestas, sueñe en lo que todavía puedo ser. En nuestros días se cree que todo se precipita, convirtiéndose en su contrario y que ambos se resuelven en una sola categoría, conciliable a su vez con el término inicial y así sucesivamente hasta que el alma llegue a la idea absoluta, conciliación de todas las oposiciones y unidad de todas las categorías. Si “Dada” hubiese sido esto, la cosa no estaría mal, aun cuando al sueño de Hegel en sus laureles prefiera yo la existencia movida de cualquier putilla. Pero Dada está al margen de estas consideraciones. La prueba está en que hoy en día en que su gran astucia consiste en aparentar ser un círculo vicioso: “Un día u otro sabremos que antes de Dada, después de Dada, siempre es Dada”, sin darse cuenta de que se priva por allí mismo de toda virtud, de toda eficacia, se extraña de que sólo estén unos pobres diablos con él que, recluidos en su poesía, se conmueven burguesamente al recuerdo de sus fechorías ya antiguas. Hace tiempo que el riesgo ya no está allí. ¡Y qué importa si al seguir su camino, sin pena ni gloria, el señor Tzara ha de compartir un día la gloria de Marinetti o de Baju! Se ha dicho que yo cambiaba de hombre como de camisa. Perdonádme ese lujo, por caridad, ya que no puedo llevar siempre la misma: cuando ya no me viene bien se la cedo a mis criados. Aprecio y admiro profundamente a Francis Picabia y, sin ofenderme, se pueden reeditar algunas ocurrencias suyas sobre mí. Lo han hecho todo para confundirle sobre mis sentimientos, previendo que nuestro acuerdo podría comprometer la seguridad de algunos “asentados”. El dadaísmo, como tantas otras cosas, no ha sido para algunos más que una manera de sentarse. Lo que no digo más algo es que no puede existir idea absoluta. Estamos sometidos a una suerte de mímica mental que nos impide profundizar en nada y nos hace considerar con hostilidad lo más querido. Dar la vida por una idea, Dada o la que expongo en este momento, sólo denotaría una gran miseria intelectual. Las ideas no son ni buenas ni malas, son causantes para mí tanto de desagrado como de placer, muy dignas aún de apasionarme en un sentido u otro. Perdonadme si pienso que, contrariamente a la yedra, muero si me ato. ¿Queréis que me preocupe por saber si con estas palabras atento contra ese culto a la amistad que, según la expresión del señor Binet-Valmer, prepara el culto a la patria? Sólo puedo aseguraros que me burlo de todo esto y repetiros: Abandonadlo todo. Abandonad Dada. Abandonad a vuestra mujer, abandonad a vuestra amante. Abandonad vuestras esperanzas y vuestros temores. Abandonad vuestros hijos en medio del bosque. Soltad al pájaro en mano por aquellos que están volando. Abandonad si hace falta una vida cómoda, aquello que os presentan como una situación con porvenir. Lanzaos a los caminos.
Traductor: Miguel Veyrat
Los pasos perdidos. Madrid. Alianza Editorial. 1972. Págs 97-99
AZÚCAR AMARILLO Adelante con la música. Sí, buenas gentes, soy yo quien os ordena quemar, sobre una pata enrojecida al fuego, con un poco de azúcar amarilla, el pato de la duda, de labios de vermouth Isidore Ducasse Bajo la firma de Albert Camus puede leerse con estupor en el último número de los Cahiers du Sud (1) un artículo cuyo título, Lautréamont y la banalidad, por sí sólo parecería ya una provocación. Este artículo, probablemente extraído de un ensayo titulado La Révolte (2) anunciado por el autor de los Justes, es testimonio por su parte y por primera vez de una posición moral e intelectual indefendible. “Moral”: Hay motivos de inquietud desde las primeras palabras. Lautréamont “es, como Rimbaud, el que sufre y se ha rebelado; pero, retrocediendo misteriosamente (sic) a decir que se rebela contra lo que es, pone por delante la eterna coartada del insurrecto: el amor a los hombres”. Aparte de que nada es más falso (Lautréamont declara que él se ha “propuesto atacar al hombre y a Aquel lo creó”), resulta de lo más abrumador ver a alguien a quien podía tener por hombre de corazón negarle al insurrecto el sentimiento de obrar, no ya por su propio bien, sino por el de todos. ¿A quién podrá hacerse creer que Sade y Blanqui pasaron la mayor parte de su vida en prisión por el hecho de repudiar su propia condición y no por la que se ofrece a la colectividad? Hay aquí una insinuación manifiestamente calumniosa, de todo punto intolerable. La palabra “coartada” es repugnante, pertenece al vocabulario de la represión. Quién así habla se sitúa bruscamente en el bando del peor conservadurismo, del peor “conformismo”. “Intelectual”: Todavía no se había escrito sobre Lautréamont algo tan apresurado, tan irrisorio. Sería como para pensar que el autor de semejante artículo no lo conoce más que de oídas, no le ha leído. De la obra más genial de los tiempos modernos, que plantea innumerables problemas de “intención”, que transcurre simultáneamente en distintos planos, abunda en colisiones de sentido, especula con continuas interferencias de lo serio y el humor, y desorienta sistemáticamente la interpretación racional, nos presenta una trama que valdría como mucho de resumen de un folletín: “Maldoror, desesperando de la justicia divina, tomará el partido del mal. Hacer sufrir, y sufrir al hacerlo, tal es el programa.” En su bellísimo estudio sobre Lautréamont (3) –al que Camus alude en una nota, insignificante por lo demás-, Maurice Blanchot ha dado no obstante buena cuenta por adelantado de tan burdas simplificaciones. Ha sabido mostrar que el corazón de Lautréamont “es también el del universo” y que su lucha hace de sus propios tormentos “la finalidad y la expresión de la lucha universal”. Nadie ha comprendido mejor que él que el gusto que ha tenido Lautréamont de sorprender al lector se debe a que “ese lector es él mismo, y a lo que debe sorprender es al centro atormentado de sí mismo, en fuga hacia lo desconocido”. Nadie ha sabido tampoco poner mejor en evidencia del pulso profundo de una obra centrada toda ella en el eje de su “deseo” y cuyo movimiento calca el de la experiencia erótica. Mas tales advertencias, a pesar de su carácter perentorio, no son para Camus sino letra muerta. No quiere ver en Lautréamont más que a un adolescente “culpable” al que es preciso que él, en su calidad de adulto, reprenda. Y llegar incluso a encontrarle en la segunda parte de su obra: Poésies, un merecido castigo. De creer a Camus, Poésies no sería más que un amasijo de “banalidades laboriosas” –vuelve a ello-, la expresión de la “banalidad absoluta”, del más “triste conformismo”. Ni que decir tiene que esto no podría resistir ni el menos atento de los exámenes. Que ese librito plantea un enigma perenne, y singularmente irritante, preciso es reconocerlo; pero de ahí a suprimirlo con tan vulgar alarde de prestidigitación, en modo alguno puede tolerarse. Cierto es que no se puede más que conjeturar, y harto débilmente, las razones que pudo tener tratándose para volver de pronto la espalda o (quién sabe, tratándose de él) de aparentarlo. Maurice Blanchot ha subrayado aquí también la ambigüedad del texto. (“Un gran número de “pensamientos”, si es que celebran la virtud, la celebran tan desdeñosamente o, por el contrario, con tan desmedido exceso que la alabanza se vuelve menosprecio… ¿Qué poder hay, pues, en él, vuelto, sin embargo, hacia la luz; qué superabundancia creadora puesta en vano al servicio de la regla, pero tan grande que no puede sino humillarla y, a sus espaldas, glorificar la libertad sin medida?”) Camus –que considera a Hegel como el gran responsable de las desdichas de nuestro tiempose priva aquí en exceso de los auxilios de la dialéctica. El procedimiento aplicado en Poésies, que consiste en contradecir con obstinación –y siempre muy sutilmente- pensamientos de Pascal, de la Rochefaucauld, de Vauvenargues, aparte de ser incontestablemente subversivo, pone en funcionamiento una operación de refutación general – dialéctica- que invertiría el signo bajo el que pretende estar construida la obra. Camus, que por otra parte se muestra insensible al singularísimo tono de Poésies, no parece haber reparado en ello ni por un momento. El daño lo sería sólo a medias si la inteligencia de tales enfoques no se propusiera erigir la tesis más sospechosa del mundo, a saber la que la “rebelión absoluta” no puede engendrar más que el “gusto por la servidumbre intelectual”. He aquí una afirmación totalmente gratuita, ultraderrotista, que no puede menos que merecer el menosprecio en medida aún mayor que su falsa demostración. Toda nuestra indignación sería poca ante el hecho de que escritores que gozan del favor del público se dediquen a rebajar lo que es mil veces más grande que ellos. No hace tanto tiempo que se presentaba un Baudelaire que no era sino “ausencia de vida o destrucción de la vida”, presa de una “tensión vana, árida”, matándose voluntariamente “a módicos plazos” y cuyas características eran “frigidez, impotencia, esterilidad, ausencia de generosidad, negativa a servir, pecado”. “Apostaría –llegaba a decir en su exaltación el autor del retrato-, apostaría que prefería las carnes en salsa a los asados, y las conservas a las legumbres frescas.” Estos señores llevan una vida fácil: que soporten, pues, de vez en cuando alguna llamada a la decencia.
1. Primer semestre de 1951.
2. Poco tiempo después aparecería el ensayo en cuestión con el título de L´Homme révolté.
3. Lautréamont et Sade, les Editions de Minuit.
Traducción de RAMÓN CUESTA y RAMÓN GARCÍA FERNÁNDEZ
La llave de los campos. Madrid. Editorial Ayuso. 1976. Págs. 275-278.
MATTA (1911-2002)
La perla se echa a perder a mis ojos… La perla se echa a perder a mis ojos en su valor comercial. Quien hace su oficio de zambullirse en su búsqueda, igualmente en el arte, se muestra a la luz del día cada vez más débil, se corroe pronto de una tos seca (pienso en la actitud de un Valéry ante la vida, tan fina a la vez que tan avara, toda frotada de una pequeña risa nihilista). Aquí, en la playa de Percé, en Gaspésie, de la mañana a la noche las gentes de toda edad, de diversas condiciones, están en busca de ágatas brutas traídas por el mar. Se trata de pequeñas piedras cuyo aspecto general bastante ingrato se compensa muy ventajosamente en un resplandor de ángulo característico, aun cuando éste sólo fuese imprevisto. Pero en ese resplandor, inmediatamente, ¿quién sabe lo que puede resultar a la vista de todos, para que entre en juego esa avidez en la búsqueda, esa delectación recuperada a cada nueva proximidad de la miras? Fiebre muy diferente de la del oro, o del petróleo, pues el objeto encontrado es, en el caso del ágata, ya no un medio sin un fin (ninguna segunda intención lucrativa mancha la pasión de los buscadores: algunos hablan sin duda de hacer “montar” la piedra para adorno, pro esa gestión, por parte de la mayoría, permanece improbable). Esto me lleva a pensar que estamos aquí en el origen de uno de los deseos humanos más comunes y más imperiosos, nada menos que de aquel que tiende a florecer en el arte, aunque el término de ese florecimiento el vulgo lo reconozca difícilmente. A la grisura creciente de las obras reflexivas “construidas”, el primer gesto del surrealismo consistió en oponer imágenes, estructuras verbales completamente semejantes a esas ágatas. Con qué paciencia, qué impaciencia las buscábamos nosotros mismos y cuando se presentaba alguna –porque se presentaron- cómo le dábamos vuelta y qué insaciables de ellas éramos también, esperando siempre más de la próxima que de la última. Y sabíamos también que el ágata mental no tiene más probabilidades que la física de ofrecerse sola, que le gusta, que necesita la compañía de guijarros más modestos. Le dábamos todo el campo necesario. ¿No era lo esencial, sino sigue siéndolo asir, poder manejar, y conservar visible, mantener al alcance esos instantes del verbo humano justamente cargados de luz, donde se absorben soluciones hasta tal punto más numerosas y más ambiciosas que la que el pensamiento riguroso se apropia? Incluso las ágatas de Percé, enfermizas, ¿qué habilidad, qué genio humano logrará hacerme ver el equivalente de lo que pasa de la una a la otra en el rombo curvilíneo agitado por un temblor interior que recortan las cortinas superpuestas de sus ventas irisadas? Hay aquí fusión y germen, equilibrios y partidas, compromiso convenido entre la nube y la estrella, se ve el fondo como siempre soñó el hombre. No es sino una gota, de acuerdo, pero de ella se pasa directamente a la concepción hermética del fuego vivo, el fuego filosofal. El secreto de su atracción, su virtud ¿no podrían consistir en que en ella y en su multiplicidad misma circula, bajo un gran peso de sobra, la imagen del “esperma universal”? Mata es aquel que se lanzó al ágata –ya no designo con esto tal variedad de mineral particular para englobar todas las piedras que esconden esa “agua exaltada”, esa “alma del agua” que disuelve los elementos y “da el verdadero azufre o el verdadero fuego” según el testimonio de los ocultistas (1). Está bien claro que la captación de esa agua, en la medida en que actúan como supremo disolvente, no deja subsistir para el ojo de las apariencias convencionales (2). Pero como, en la persona de Matta, el médium es el mismo tiempo el ser más despierto, más joven y más vivo que conozco, en él todo lo que es espectáculo de primera y ya no de segunda vista tiende a conseguirse sobre el principio de un animismo total. Ese animismo, a través de Lautréamont y Rimbaud, no ha dejado de anticiparse a la vez que se afinaba a partir del romanticismo, donde puede observarse en su estadio infantil. Sin duda ya no se plantea hoy la cuestión de si la roca piensa y la flor sufre, menos aún la de enfocar un mundo material como una encrucijada de almas prisioneras, unas arrastradas en un proceso de caída, otras en una proceso de ascensión: el animismo actual se ha despercudido demasiado bien de los lodos helados del pecado. Lo que permanece, lo que culmina, es la certidumbre de que nada es en vano, de que toda cosa considerada habla un lenguaje descifrable, susceptible de ser escuchado al unísono de alguna emoción humana. A este respecto la obra de Matta arroja una timidez, presta un carácter bastante retrógrado a la actividad llamada “paranoico-crítica” que sólo permite aprehender aspectos anecdóticos todos de silueta (que no trascienden en nada el mundo inmediato) y que además hemos visto, con Dalí, degenerar en obsesión de adivinanza. Matta lleva mucho más lejos la desintegración de los aspectos exteriores: es que, para quien sabe ver, esos aspectos están abiertos, abiertos no sólo como la manzana de Cézanne a la luz sino a todo lo demás, incluyendo los otros cuerpos opacos, con los que están constantemente dispuestos a fusionarse, que en esa fusión únicamente se forja una clave que es la única llave maestra de la vida. Así llega a hacernos tocar, como dice él, “los hombros opacos de los árboles humeantes” lo mismo que puede escoger dirigirnos a través de una vegetación coralina que figura el sistema nervioso del quincajú y no inanimado, tal como la disección lo revelaría, sino mucho más real, tal como entra en simpatía con el del hombre en las relaciones que mantiene, por ventura, con ese pequeño animal. Así, igualmente, nos convida sin cesar a un nuevo espacio, que rompe deliberadamente con el antiguo, puesto que este último no tiene sentido sino en la medida en que es distributivo de cuerpos elementales y cerrados. Poco importan los apoyos momentáneos que esta manera de ver y de hacer ver ha buscado sucesivamente para sí en las visiones científicas de la morfología psicológica, de la teoría de la Gestalt, de la astrofísica, de la histología y de la física molecular. La necesidad de semejantes apoyos no expresa otra cosa que la aspiración a extender, ayudándose con los recursos más modernos, el campo visual –si bien puede, es cierto, responder también a la necesidad de confundir a aquellos que están listos a revocar como “abstracta” toda forma no registrada comúnmente por el ojo (hace un siglo, la curva del filamento del foco eléctrico habría parecido el colmo de la abstracción). Más allá de esas pasarelas que velan por mantener en comunicación al inspirado y al experimental se pone ella misma a prueba y se refuerza aquí una confianza sin reservas en la perfectibilidad de las facultades del hombre, en su capacidad ilimitada, y únicamente desviada, de invención, de comprensión y de maravilla. Unas disposiciones tan generosas, por supuesto, no podrían valer sino en función de lo que tiene que ofrecer aquel que las muestra, puesto que también no se puede dar sino lo que se tiene. Lo que constituye la riqueza de Matta, es que, desde sus primeras obras, estaba en posesión de una gama colorística enteramente nueva, tal vez la única, en todo caso la más fascinante que se haya propuesto desde Mattise. Esa gama, cuya gradación se opera a partir de cierto rosa púrpura transformable, ya famoso, que Matta parece haber descubierto (“la sorpresa –le he oído decir- estallara como un rubí fluorita a la luz ultravioleta”), se orden según un clima complejo. El prisma de Matta, que incluye en efecto el prisma de descomposición de la luz solar al aire libre y el de su descomposición de la luz solar al aire libre y el de su descomposición a través de cada una de las sales, llega hasta corregirse por medio de la escala de variaciones introducida por la luz negra. Por encima de todo, la interpretación simbólica de los colores, solos o en sus relaciones (el azul es la sombra, etcétera), se encuentra en él revolucionada por la interferencia constante de lo visual y de lo visionario (esto empezó con Seurat, en quien se mantiene sin embargo una muy fuerte predominancia de lo visual), fenómeno que no reconoce equivalentes sino en el espíritu de los primitivos, por una parte, y, por otra parte, en ciertos textos esotéricos de gran clase: “La cabeza de cuervo desaparece con la noche; un día el pájaro vuela sin alas, vomita el arcoíris, su cuerpo se hace rojo, y sobre su espalda sobrenada el agua pura” (Hermes). En el punto actual de su evolución, ha podido verse ya a Matta mostrando el máximo posible de exigencia para consigo mismo y no contentándose con los dones excepcionales que sin embargo le ha concedido la naturaleza. Nadie ha permanecido más interrogante, nadie se ha mostrado más celoso de recoger la sustancia viva –erizada de dificultades pero de proyección mucho más lejana que las otras- de obras como la de Alfred Jarry, de Marcel Duchamp, nadie ha espiado con un ojo más penetrante a su alrededor el germen de una belleza, de una verdad o de una libertad nueva. “El mar avaro, como dice usted (me escribía). El bosque también es pobre. Sólo el aullido del viento está lleno de cosas.” Recuérdese la génesis asignada a la “luz astral”, al agente creador: “El sol es su padre, la luna es su madre, el viento la ha llevado en su vientre”. La tierra es sólo su nodriza. Sobre el abismo actual de todas las consideraciones que podrían dar precio a la vida, abismo que ya sólo perdona al amor humano, Matta es aquel que mantiene mejor la estrella, que está sin duda en el mejor camino para alcanzar el secreto supremo: el gobierno del fuego.
1944
Selección y prólogo de MARGUERITE BONNET
Traducción de TOMÁS SEGOVIA.
Antología (1913-1966). México. siglo xxi editores. 1978. Págs. 267-272.
PEZ SOLUBLE (1924)
(Fragmentos)
6
Bajo mis pies, la tierra es un inmenso periódico desplegado. A veces pasa un fotografía, curiosidad como cualquier otra, y hasta mi llega uniformemente el olor de las flores, el buen olor de la tinta de imprenta. En mi juventud, oía decir que olor del pan caliente resulta insoportable a los enfermos, pero repito que las flores huelen a tinta de imprenta. Los propios árboles no son sino “sucesos” más o menos interesantes: aquí un incendiario, allá un descarrilamiento. En cuanto a los animales, hace mucho tiempo que han dejado de tratar a los hombres; las mujeres solamente mantienen con estos últimos relaciones esporádicas, parecidas a estos escaparates de los grandes almacenes, a primera hora de la mañana, cuando el jefe de escaparate sale a la calle para juzgar el efecto que hacen las oleadas de cintas, las cortinas, el guiño de los encantadores maniquíes. La mayor parte de este periódico que recorro, en la primera acepción del verbo, está consagrada a los desplazamientos y estancias, tema cuyo título consta en excelente situación, en lo alto de la primera página. Es notable advertir que el periódico dice que mañana iré a Chipre. El periódico presenta, en la parte inferior de la cuarta página, unas arrugas singulares que bien puedo describir del modo siguiente: diríase que ha cubierto un objeto metálico, a juzgar por la mancha de herrumbre que pudiera ser un bosque, y este objeto metálico quizá fuese un arma desconocida, semejante a la aurora y a una gran cama estilo Imperio. El escritor que firma el artículo sobre modas, en las cercanías del bosque antes mencionado, escribe un idioma muy oscuro, que, sin embargo, me permite concluir que, esta temporada, las jóvenes desposadas encargarán sus “déshabilles” a la Compañía de las Perdices, nuevo gran almacén que acaba de inaugurarse en el barrio Glaciar. El autor, que parece estar muy principalmente interesado en la ropa interior de las mujeres jóvenes, insiste en que a estas últimas se les permite cambiar su ropa interior de cuerpo por ropa interior de alma, en caso de divorcio. Después, me dedico a la lectura de unos cuantos avisos publicitarios, muy bien redactados, en verdad, en los que las contradicciones cumplen una función muy dinámica; verdaderamente, en que esta empresa de publicidad las contradicciones se utilizan como si de aquel instrumento que bascula, con papel secante, se tratara. La luz ciertamente escasa que ilumina los tipos de letra más opulentos, esta misma luz es cantada por grandes poetas, con lujo de detalles que tan sólo pueden ser juzgados mediante una analogía con los cabellos blancos, por ejemplo. También hay una notable vista del cielo, exactamente al modo de estos membretes de cartas comerciales, en los que aparece una fábrica echando humo por todas sus chimeneas. Por fin, la política, harto olvidada a mi parecer, tiende ante todo a procurar las buenas relaciones entre hombres de distintas tendencias, entre los que se cuentan en primer lugar los hombres con tendencia al calcio. En el informe de las sesiones de la cámara, simple como un juicio de faltas de química, se advierte una mayor parcialidad, ya que no se hace mención de los movimientos de las alas. Poco importa, ya que los pasos que me han conducido a esta desolada orilla me llevarán todavía más lejos… ¡Desesperadamente más lejos! No me queda más remedio que cerrar los ojos, si es que quiero dejar de prestar atención, atención maquinal y, en consecuencia favorable, al Gran Despertador del Universo.
8
Sobre el monte de Santa Genoveva hay un gran abrevadero al que acuden a refrescarse, cuando cae la noche, cuantas bestias inquietantes y plantas sorprendentes quedan aún en París. Diríase que está este abrevadero seco si, examinándolo más de cerca, no se viera avanzar caprichosamente sobre la piedra un hilillo rojo que nada ni nadie puede matar. ¿Cuál es la sangre preciosa que sigue fluyendo en este lugar, la sangre preciosa que no pueden desviar de su aparente destino las plumas, los vellos, las hojas de perdida clorofila que aquélla lame? ¿Qué princesa de sangre real se consagra, desde su desaparición, a conservar cuanto más soberanamente tierno hay en la fauna y la flora de este país? ¿Qué santa con mandil de rosas hace fluir esa quintaesencia divina a lo largo delas venas de la piedra? Todos los atardeceres el surco maravilloso, más bello que un seno, se ofrece a nuestros labios, y la virtud apaciguadora de la sed propia de la sangre de las rosas comunica al cielo en torno, mientras sobre un mojón, tiembla un niño que cuenta las estrellas, muy pronto este niño conducirá su rebaño de crines milenarias desde el sagitario o flecha de agua que tiene entre sus manos, una para extraer, otra para acariciar y otra para cobijar o dirigir, desde el sagitario de mis días hasta el perro de Alsacia que tiene un ojo azul y el otro amarillo, el perro de los anáglifos de mis sueños, el fiel compañero de las mareas.
9
¡Sucia noche, noche de flores, noche de estertores, noche embriagadora, sorda noche cuya mano es un ciervo volante abyecto retenido con hilos desde todos los costados, hilos negros, hilos vergonzosos! Campo de huesos blancos y rojos, ¿qué has hecho con tus inmundos árboles, con tu candor arborescente, con tu fidelidad que era una bolsa de perlas concisas, con tus flores, con tus inscripciones de diversa naturaleza, con tus significados de infinitas interpretaciones? ¡Y tú, bandido, bandido, me matas, sí me matas, bandido del agua que deshojas tus navajas en mis ojos, de nada tienes piedad, agua destellante, agua lustral que tanto amo! Mis imprecaciones os perseguirán mucho tiempo como una muchachita muy bella, tan bella que de bella de miedo, que agitara hacia vosotros su escoba de mimosa. En la punta de cada rama hay una estrella, y no, no basta con esto, achicoria de la Virgen. No quiero veros más, acribillaré con postillas vuestros pájaros que ni siquiera son hojas, os echaré de ante mi puerta, corazones inconstantes, sesos de amor. ¡Basta ya de cocodrilos, ahí, abajo, basta de dientes de cocodrilo sobre las corazas de los samuráis, basta, por fin, de chorros de tinta, de renegados con manguitos púrpura, de renegados con ojos de grosella, con cabellos de mujerzuelas! Esto se ha terminado, ya no ocultaré más mi vergüenza, no volveré a estar tranquilo por nada del mundo, por menos de nada. ¿Y si los volátiles son grandes como casas, cómo podéis pretender que gocemos, que conversemos con nuestros gusanos, que pongamos la mano sobre los labios de las conchas que hablan sin cesar? (¿Quién? ¿Quién conseguirá por fin hacer callar a estas conchas?) ¡Basta de soplos, para dorar de una sola vez el pan del aire, para hacer restallar la gran goma de las banderas dormidas, manos solares, en fin, manos heladas!
16
Sólo la lluvia es divina, debido a que, cuando las tormentas sacuden sobre nosotros sus grandes cabezas y nos arrojan su bolsa, nosotros insinuamos un movimiento de rebeldía que únicamente corresponde a un roce de las hojas del bosque. Yo he visto pasar un día a los grandes señores con papo de lluvia, montados a caballo, y yo soy quien les recibí en el Buen albergue. Hay la lluvia amarilla, cuyas gotas, largas como cabelleras, descienden rectamente sobre el fuego que apagan; y hay la lluvia negra que se escurre y forma riachuelos sobre los cristales con temible complacencia; pero no debemos olvidar jamás que sólo la lluvia es divina. En este día de lluvia, día en que, al igual que tantos otros, yo sólo me encargo de vigilar el rebaño de mis ventanas al borde de un precipicio sobre el que se ha tendido un puente de lágrimas, observo mis manos que son como máscaras sobre rostros, lobos que se acomodan muy fácilmente al encaje de mis sensaciones. Tristes manos, que quizá me ocultáis toda la belleza, tristes manos, no me gusta vuestro aspecto de conspiradores. Haré que os corten la cabeza, y no esperaré que seáis vosotros quienes deis la señal; espero la lluvia como una lámpara elevada tres veces en la noche, como una columna de cris que sube y baja, entre las súbitas arborescencias de mis deseos. Mis manos son Vírgenes en la menuda hornacina en el fondo azul del trabajo. ¿Qué contienen? No quiero saberlo, no quiero saber la lluvia como un arpa a las dos de la tarde en un salón de la Malmasion, la lluvia divina, la lluvia anaranjada como el revés de una hoja de polipodio, la lluvia como un huevo totalmente transparentes de pájaro mosca, y como violentas voces devueltas por el milésimo eco. Mis ojos no son más expresivos que estas gotas de lluvia que con tanto placer recibo en el interior de mi mano; en el interior de mi pensamiento cae una lluvia que arrastra estrellas consigo, una lluvia como un claro arroyo que transporta el oro por el que los ciegos se matarán entre sí. Entre la lluvia y yo media de un pacto deslumbrante, y, en recuerdo de ese pato, a veces llueve mientras el sol resplandece. Lo verde también es lluvia, oh céspedes, oh céspedes… El subterráneo a cuya entrada hay una lápida sepulcral con mi nombre inscrito en ella, en el subterráneo en que mejor llueve. La lluvia es la sombra bajo el inmenso sombrero de paja de la muchacha de mis sueños cuya cinta es un canalizo de lluvia. ¡Qué bella es, ojalá su canción, en la que se evocan los hombres de los más célebres plomeros, que esta canción sepa conmoverme! ¿En qué se han empleado los diamantes sino en formar arroyos? La lluvia aumenta el caudal, la lluvia blanca, con la que se visten las mujeres para el matrimonio, y que huele a flor de manzano. Tan sólo abro mi puerta a la lluvia, pese a que llaman constantemente y me falta muy poco para desmayarme cuando insisten en la llamada, pero cuento con los celos de la lluvia para liberarme al fin, y en los momentos en que tiendo mis redes a los pájaros del sueño, tengo ante todo la esperanza de captar los maravilloso paraísos de la lluvia total, de la pájaro lluvia que existe como existe el pájaro lira. Tampoco me preguntéis si proyecto penetrar dentro de poco en la conciencia del amor, como algunos dan a entender; os repito que si me veis dirigirme hacia un palacio de cristal en el que niqueladas medidas de volumen se disponen a darme la bienvenida, lo hago con el fin de sorprender a la Lluvia durmiente del bosque, que deberá convertirse en mi amante.
Trad. ANDRÉS BOSCH
Manifiestos del surrealismo. Barcelona. Visor Libros. 2002. Págs. 60-61, 64, 64-65, 72-73.
HOMENAJE A ANDRÉ BRETON 50 AÑOS DE SU MUERTE (1966-2016)
Coordinador: Óscar Jairo González Hernández (Profesor Facultad de Comunicación. Comunicación y Lenguajes Audiovisuales. Universidad de Medellín Medellín. Septiembre 2016.)
NADJA (Fragmento)
(…) No tenía la intención de relatar, al margen del relato que voy a emprender, sino los episodios más sobresalientes de mi vida tal como puedo concebirla fuera de su plan orgánico, o sea en la medida misma en que está sujeta a los azares, al menor como al mayor, que revolviéndose contra la idea común que me hago de ella, me introduce en un mundo como perdido que es el de los acercamientos súbitos, de las petrificantes coincidencias, de los reflejos que predominan sobre toda otra manifestación de lo mental, de los acordes de un solo golpe como en el piano, de los relámpagos que harían ver, pero de veras ver, si no fueran todavía más rápidos que los otros. Se trata de hechos de valor intrínseco sin duda poco controlable pero que, por su carácter absolutamente inesperado, violentamente incidente, y el tipo de asociaciones de ideas sospechosas que despiertan, cierta manera de hacerle a uno pasar del hilo de la Virgen a la tela de araña, es decir, a la cosa más centelleante y más graciosa que existiría en el mundo, si no fuese porque en la esquina, o en las cercanías está la araña; se trata de hechos que, aunque fuesen del orden de la comprobación pura, presentan cada vez todas las apariencias de una señal, sin que pueda decirse con precisión de qué señal, que hacen que en plena soledad descubra en mí inverosímiles complicidades, que me convencen de mi ilusión todas las veces que me creo solo al timón del barco. Habría que jerarquizar estos hechos, del más simple al más complejo, desde el movimiento especial, indefinible, que provoca en nosotros la vista de poquísimos objetos o nuestra llegada a tales o cuales lugares, acompañados de la sensación muy nítida de que algo grave esencial para nosotros depende de ello, hasta la ausencia completa de paz con nosotros mismos que nos acarrean ciertos encadenamientos, ciertos concursos de circunstancias que rebasan con mucho nuestro entendimiento, y sólo admiten nuestro regreso a una actividad razonada a condición de que, en la mayoría de los casos, apelemos al instinto de conservación. Podrían establecerse numerosos intermediarios entre estos hechos-resbalones y esos hechos-precipicios. Desde esos hechos, respecto de los cuales sólo logro ser para mí mismo el testigo hosco, hasta los otros hechos, respecto de los cuales me jacto de discernir sus defensores y, en cierta medida, presumir los resultados, hay tal vez la misma distancia que desde una de esas afirmaciones o de uno de esos conjuntos de afirmaciones que constituyen la frase o el texto “automático” hasta la afirmación o el texto cuyos términos han sido madurados en la reflexión por él, y pesados. Su responsabilidad no le parece por decirlo así comprometida en el primer caso, está comprometida en el segundo. En cambio, queda infinitamente más sorprendido, más fascinado por lo que pasa allá que por lo que pasa aquí. Está también más orgulloso de ello, lo cual no deja de ser singular, se encuentra más libre gracias a ello. Así sucede con esas sensaciones electivas de las que he hablado y cuya parte de incomunicabilidad es ella misma una fuente de placeres inigualables. No se espere de mí la cuenta global de lo que me ha sido dado experimentar en ese dominio. Me limitaré aquí a recordar sin esfuerzo lo que, no respondiendo a ninguna acción de mi parte, me ha sucedido algunas veces, lo que me da, llegándome por vías libres de toda sospecha, la medida de la gracia y de la desgracia particulares de que soy objeto; hablaré de ello sin orden preestablecido, y según el capricho de las horas que deja salir a flote lo que sale a flote.
Selección y prólogo de MARGUERITE BONNET
Traducción de TOMÁS SEGOVIA Antología (1913-1966). México. siglo veintiuno editores. 2da Edición. 1977. Págs. 75-76
CONTESTACIÓN DE UNA ENCUESTA SOBRE LA CONQUISTA DEL ESPACIO (1)
Por: André Breton (1896 -1966)
¿Así que se van a derogar definitivamente los mitos de Ícaro, de Prometeo? ¿Es qué la angustia de Pascal no significaría más que el bajísimo nivel de conocimiento de su época comparada con la nuestra y perdería hoy toda clase de sentido? Esto es lo que se vocea –o se susurra-, y lo peor es que las dos grandes potencias antagónicas que se miden en esta escala están de acuerdo al menos en este punto. Un marxista que ha quebrantado el destierro, del que se podría esperar la vuelta a la filosofía no partidista que él tiene la función de enseñar, nos dice: “El hombre siglo XX tiene ahora la consciencia del planeta como mundo acabado rebasándolo hacia un universo infinito.” Semejante frase es ambigua, desde el momento en que del hecho del que de un rebasamiento puramente exterior (de los límites espaciales en que el hombre se ha movido hasta ahora) se pretende deducir un rebasamiento de la consciencia previa. Más bien se podría temer que esta consciencia, en tanto que producto de una cultura de algunos milenios, limitada al planeta, la lleven a una situación insostenible. El “más luz” de Goethe seguramente no pasa por eso. Por otra parte, la proeza que nos presentan como el acontecimiento del siglo está viciada por la más abusiva propaganda. El resultado de la competición ruso-americana en este campo no podría ser una prueba a favor del socialismo o del capitalismo. La estrepitosa noticia me sorprendió sumido en la lectura de Rimbaud par lui-meme, de Yves Bonnefoy. El interrogante que persiste aquí no deja de parecerme de mucha mayor resonancia. El terreno especulativo al que los periódicos se esfuerzan por llevarnos no rebasa el de Jules Verne e implica, a través de nuestra propia historia individual, una apreciable regresión. Nos aseguran que pocos momentos antes de embarcar el comandante Gagarin eligió a Moliere, lo que, a mi parecer, no resuelve nada.
París, 17 de abril 1961
1.Le Figaro Littéraire, 22 de abril 1961. (Nota del edit.)
Traducción: CONSUELO BERGES. Magia cotidiana. Caracas. Editorial Fundamentos. 1975. Págs. 175-176.
LOS CAMPOS MAGNÉTICOS (1919)
Por: André Breton y Philippe Soupault (1897-1990)
ECLIPSES El color de los fabulosos saludos llega a oscurecer el más pequeño estertor: calma de relativos suspiros. El circo de los saltos a pesar del dolor a leche y a sangre cuajada está lleno de segundos melancólicos. Sin embargo algo más lejos existe un agujero de profundidad desconocida que atrae las miradas de todos nosotros, es un órgano de alegrías repetidas. Simplicidades de añejas lunas, para nuestros ojos inyectados de lugares comunes sois sabios misteriosos. Sin duda pertenece a esta ciudad del noroeste el privilegio delicioso de recoger angustias serpentinas por esas montañas de arena y fósiles. Nunca se sabe cuánto licor condensado nos traerán las muchachas de estos países sin oro. El promontorio de nuestros pecados originales está bañando de ácidos ligeramente coloreados por nuestros escrúpulos vanidosos; tantos adelantos ha hecho la química orgánica. En este valle metálico los penachos de humo se han citado para un sabbat cinematográfico. Se oyen los gritos aterrorizados de las gaviotas perdidas, traducción espontánea y mórbida del lenguaje de las ultrajadas colonias. La jibia vagabunda lanza un líquido oleaginoso y el mar cambia de color. Sobre esas playas de guijarros manchados de sangre se pueden oír los tiernos murmullos de los astros. El equinoccio absoluto. En cuanto se da la espalda a esta llanura, divisan vastos incendios. Los crujidos y los gritos se apagan; el toque solitario de un clarín anima esto árboles muertos. La noche se levanta desde los cuatro puntos cardinales y los grandes animales concilian el sueño dolorosamente. Los caminos, las casas, se iluminan. Desaparece un gran paisaje. Las miradas más humildes de los niños maltratados dan a estos juegos una repugnante languidez. Los más pequeños se escapan y cada inquietud se torna ilimitada esperanza. ¿Vejeces de enfermedades inventadas, podéis luchar incesantemente? Cuatro de los sentimientos más heróicos y todo el tropel de deseos repelidos palidecen soltando espesa sangre. Coraje auxiliar de los rebaños apestados, unión de lamentaciones montañesas, torrentes de saludables maldiciones. Era una perpetua sucesión: la circulación brusca de las auroras y el circuito sensacional de los lentos carmesíes. En un vaso lleno de un líquido granate, su intenso hervor creaba husos blancos que volvían a caer formando brumosos cortinajes. Los hombres de ojos apagados se aproximaban y leían su destino en los deslucidos cristales de las habitaciones económicas. Veían las manos gordinflonas de las vendedoras de sensaciones habituales y siempre en el mismo lugar los animales embrutecidos y abnegados. Y este pesado ardor, que hacia las dos de la tarde cruza junto a los puentes normales, recostábase lentamente en los parapetos. Las nubes sentimentales acudían prestamente. Era la hora exacta, prevista. La luz galopante muere continuamente despertando los rasguños infinitos de las plantas crasas. Las riquezas químicas importadas quemaban con la misma pesantez del incienso. Los encantos de sueños actuales se extendían horizontalmente. En aquel cielo hirviente, las humaredas de transformaban negras cenizas y los gritos se aplicaban en los más altos grados. Hasta más allá de donde alcanza la vista las teorías monstruosas de las pesadillas bailaban sin concierto. En esta hora tumultuosa los frutos colgantes de las ramas ardían. Todavía no ha llegado la hora de los meteoros. La lluvia sencilla se abate sobre los ríos inmóviles. El ruido malicioso de las mareas se dirige al laberinto de humedades. En contacto con las estrellas fugaces, los ojos anhelantes de las mujeres han quedado cerrados para varios años. Ya sólo verán las tapicerías del cielo de junio y de la alta mar; aunque quedan los ruidos magníficos de las catástrofes verticales y de los sucesos históricos. Un hombre resucita por segunda vez. Tiene la memoria sembrada de arborescentes recuerdos y por ella discurren auríferos caudales; los valles paralelos y las áridas cúspides son más silenciosos que los apagados cráteres. Su cuerpo de gigante abrigaba nidos de insectos pringosos y tribus de cantáridas. Se levanta y su esfuerzo convoca a todos los zumbidos ocultos. Los animales soltaban sus aullidos por su camino luminoso. El mar atormentado iluminaba estas regiones; una vegetación instantánea desapareció y aglomeraciones de vapores descubrieron los astros. Actividad celeste explorada por primera vez. Los planetas se acercaban cautelosamente y silenciosos oscuros poblaban las estrellas. Las colinas se rodean de las más pequeñas tardanzas. En los marjales sólo quedan recuerdos de vuelos. La necesidad de los absurdos matemáticos no ha sido demostrada. ¿Por qué estos insectos cuidadosamente aplastados no mueren maldiciendo los dolores congregados? Todas las desgracias queridas nos empujan hacia esos deliciosos rincones. El árbol de los pueblos no está podrido y la cosecha espera. Las órdenes de los jefes ebrios flotan en la atmósfera cargada. Ya no hace falta contar. El valor ha sido abolido. Concesiones a perpetuidad. El pájaro de esta jaula hace llorar a la hermosa niñita destinada al azul. Su padre es explorador. Los gatitos recién nacidos juguetean. En este bosque hay pálidas flores que ocasionan la muerte de quienes las cogen. Toda la familia es próspera y se reúne después de las comidas bajo este tilo. Un croupier aboca oro a manos llenas. El ardor más bello es el olvido. Sólo soñamos en gritos. Las bebidas calientes se sirven en vasos de colores. Los grandes pecados mortales condenados al perdón nacen en callejones sin salida. Siniestros postes indicadores, es inútil que acudáis provistos de vuestro frasco de sal. Podemos ver un número incalculable de lagos no comunicados chupados por esa barquichuela de nombre milagroso. Ese disco jadeante apareció temprano sobre las vías que trazábamos. Brazo inconexo. Molduras altivas. Sólo podía tratarse de una alerta. Las balas de algodón llegaban a provocar el orto del sol vomitando como sobre los anuncios. Lo que antecede guarda semejanza con las singularidades químicas con esos magníficos precipitados ciertos. Quizá logre centrar mi pensamiento en lo mejor de mis intereses. Cuidados de los parásitos que entran en el agua ferruginosa, absorbedme si sois capaces. Los sacos de achicoria adorno de los armarios participan de su color. De todos los navegantes suponibles el que más me agrada es el del pecho en forma de escala. Por una pista atiborrada de estrellas estas bicicletas insensatas están soplando el viento. Nonos quedan muchos días para dormir. Después de los ríos lácteos demasiado acostumbrados al estrépito de las pescadoras, los cascabeles del estuario, bajo pancartas desteñidas, y en estas perlas se nacarán tantas aventuras pasadas que luce el sol. Nacido de las caricias fortuitas de mundos desleídos, el dios que crecía para felicidad de las generaciones futuras, comprendiendo que ha llegado la hora, desaparece en el alejamiento de mil electricidades de idéntico sentido. Rezumando catedral vertebrado superior. Los últimos adeptos a estas teorías se instalan en la colina, ante los cafés que cierran. Neumáticos patas de terciopelo. A lo lejos pasan los humos silenciosos y las balas sospechosas. Sin clemencia alguna el balanceo amoroso de las trombas llena de admiración a los pequeños lagos y los globos dirigibles evolucionan por encima de los ejércitos. Tales reyes del aire adoptan una constitución necesaria de brumas y las tribunas se abren ante el arzobispo amarillo que tiene por báculo el arco iris y una mitra de lluvia refulgente. Con la vuelta alada de la osamenta de asno sobre el canto de los agonizantes todo cobra el color de las praderas; tan sólo un insecto se olvida por entre las rosas de la lámpara. Ha venido de esos apretujados canales con los que se hacen lentejuelas de las botellas y se muere de aburrimiento. Me impresiona su honorable continencia, sus amables vivacidades en cuanto le pongo encima de la mano. La sangre de las tijeretas circunda las plantas cuyas hojas están sujetas por medio de imperdibles. Tallo tieso de Suzanne inutilidad sobre todo pueblo de sabores con una iglesia como un cangrejo. Los tenderetes se convierten en presa de una infinidad endeble de microbios y esto penetra incluso dentro de los trajes de las recién casadas. Bajo color de amor, les describen a las bellas los habitáculos itinerantes de paredes asalmonadas. Estas tiendas de ultramarinos hermosas como nuestros éxitos aleatorios se hacen la competencia de piso a piso del laberinto. Una idea culpable roda la frente de los dependientes. Sobre una correhuela de celaje silbante las moscas perjuras regresan a los granos de sol. A las pequeñas liras parpadeantes les siguen tres o cuatro ensueños notables en los accidentes del terreno. Los anarquistas se han aposentado en el Mercedes. Un comerciante de habitaciones aéreas a quien han hecho beber a su salud suspira inseminando el camino. Ya no nos atrevemos a pensar en mañana a causa de esas botellas llenas de virutas de cobre y plateadas en la superficie de los mares. Palidecemos sobre manuscritos desteñidos por el sueño y esponjados de ceniza. Seremos cogidos con las manos en la caja fuerte: 13 es un número seguro. Las malas acciones no cuentan como las buenas y las comentamos con sangre fría: pero en las ciudades deliciosamente caldas, en los hoteles de paredes de vidrio (¡oh, suelo de nuestras lágrimas bátavas!) tenemos agudas lasitudes comparables al enmarañamiento de las aguas sobre las monturas de blanco coral. Nos estrellamos en direcciones incomprensibles, entre las grandes venas azuladas de lo lejano y en los yacimientos. Aquí señalan el paso emocionante de cruceros a la una de la madrugada. La carrera de regatas ya no es rayadote este jueves. Me hago regular como el cristal de un reloj. En tierra se hace tarde y se teme un acercamiento eterno de las murallas. Se declara el artificio de los meses. Las cortinas son calendarios. Si que se distingan de los inmuebles colindantes dos o tres casas de alquiler se interpelan. Nos decimos dos o tres adivinanzas atroces arrugadas sobre nada como el papel de seda. Esto dura mucho sin que sea necesario devanarse los sesos con la caridad o cualquier otra cosa. Por lo que se ve, en lo que toca a los juegos, hemos sido favorecidos. Nos atraemos limaduras hirientes por puro placer. A la cabeza de una compañía de seguros hemos hecho poner nuestro sueño, un bellísimo malhechor. Los pequeños pasatiempos anecdóticos que suben a las piernas de nuestros habanos nos conmueven mediocremente. No tengo ni un céntimo para meter en el diario. Al crepúsculo mejor postor se le abandona un mobiliario de estilo que me pertenecía. Me es totalmente igual a causa de los medios de transporte que ponen a mi alcance el único lujo instintivo. Lo que más busco son esas corrientes de aire que deforman útilmente las pequeñas plazuelas. En París existen montículos polvorientos que se retiran de la circulación. El vigilante nocturno cuelga una linterna roja y amarilla y habla solo en voz alta durante horas, aunque su prudencia no produzca siempre el efecto esperado. El se prepara algunos estupendos golpes de grisú mientras que los elegantes, cabeza abajo, emprenden un viaje al centro de la tierra. Les han hablado de huidos soles. Los grandes pedazos de espacio creados se van a toda velocidad hacia el polo. El reloj de los osos blancos señala la hora del baile. Las jarcias estúpidas del aire, antes de llegar forman monos que en seguida comprenden que se han burlado de ellos. Relajan su cola de acero colado. Su buena estrella es el ojo, revulsado a esta altura, de las mujeres que raptaron. La gruta es fresca y se presiente que hay que irse; el agua nos llama, está roja y la sonrisa es más fuerte que las hendiduras que trepan por tu casa como plantas, oh día magnífico, día tierno, como este extraordinario arete. El mar que amamos no soporta a los hombres tan flacos como nosotros. Hacen falta elefantes con cabeza de mujer y leones voladores. La jaula está abierta y el hotel cerrado por segunda vez, ¡qué calor! En el lugar del chef se puede ver a una leona bastante guapa que araña al domador sobre la arena y de vez en cuando se rebaja a lamerle. Las grandes marismas fosforescentes tienen sueños maravillosos y los cocodrilos recuperan la maleta hecha con su piel. La carrera se abandona en brazos del contramaestre. Y en ese instante interviene el gran hollín de las vagonetas que lo excusa todo. Los niños de la escuela que lo ven han olvidado las manos en el herbario. Al igual que vosotros, esta noche se dormirán bajo el hálito de este ramillete óptico que constituye un amable abuso.
Traducción de FRANCES PARCERISAS
Los campos magnéticos. Barcelona. Tusquets Editores. 1982. Págs. 25-32
ABANDONADLO TODO
Vivo desde haces dos meses en la plaza Blanche. El invierno es de los más suaves, y, en la terraza de este café, dedicado al comercio de estupefacientes, las mujeres hacen apariciones cortas y encantadoras. Las noches ya no existen más que en las regiones hiperbóreas de la leyenda. Ya no me acuerdo de haber vivido en otra parte; los que dicen haberme conocido antes deben equivocarse. Pero no, añaden incluso que me creían muerto. Tenéis razón en llamarme al orden. Después de todo, ¿quién habla? André Breton, un hombre sin gran coraje, que hasta ahora, mal que bien, se ha satisfecho con una acción irrisoria y esto tal vez porque un día se sintiera para siempre, con demasiada dureza, incapaz de hacer lo que quería. Y es verdad que tengo conciencia de haberme ya desvalijado a mí mismo en varias ocasiones; es verdad que me siento menos que un monje, menos que un aventurero. Esto no impide que no desespere de recuperarme y que a principios de 1922, en este hermoso Montmartre en fiestas, sueñe en lo que todavía puedo ser. En nuestros días se cree que todo se precipita, convirtiéndose en su contrario y que ambos se resuelven en una sola categoría, conciliable a su vez con el término inicial y así sucesivamente hasta que el alma llegue a la idea absoluta, conciliación de todas las oposiciones y unidad de todas las categorías. Si “Dada” hubiese sido esto, la cosa no estaría mal, aun cuando al sueño de Hegel en sus laureles prefiera yo la existencia movida de cualquier putilla. Pero Dada está al margen de estas consideraciones. La prueba está en que hoy en día en que su gran astucia consiste en aparentar ser un círculo vicioso: “Un día u otro sabremos que antes de Dada, después de Dada, siempre es Dada”, sin darse cuenta de que se priva por allí mismo de toda virtud, de toda eficacia, se extraña de que sólo estén unos pobres diablos con él que, recluidos en su poesía, se conmueven burguesamente al recuerdo de sus fechorías ya antiguas. Hace tiempo que el riesgo ya no está allí. ¡Y qué importa si al seguir su camino, sin pena ni gloria, el señor Tzara ha de compartir un día la gloria de Marinetti o de Baju! Se ha dicho que yo cambiaba de hombre como de camisa. Perdonádme ese lujo, por caridad, ya que no puedo llevar siempre la misma: cuando ya no me viene bien se la cedo a mis criados. Aprecio y admiro profundamente a Francis Picabia y, sin ofenderme, se pueden reeditar algunas ocurrencias suyas sobre mí. Lo han hecho todo para confundirle sobre mis sentimientos, previendo que nuestro acuerdo podría comprometer la seguridad de algunos “asentados”. El dadaísmo, como tantas otras cosas, no ha sido para algunos más que una manera de sentarse. Lo que no digo más algo es que no puede existir idea absoluta. Estamos sometidos a una suerte de mímica mental que nos impide profundizar en nada y nos hace considerar con hostilidad lo más querido. Dar la vida por una idea, Dada o la que expongo en este momento, sólo denotaría una gran miseria intelectual. Las ideas no son ni buenas ni malas, son causantes para mí tanto de desagrado como de placer, muy dignas aún de apasionarme en un sentido u otro. Perdonadme si pienso que, contrariamente a la yedra, muero si me ato. ¿Queréis que me preocupe por saber si con estas palabras atento contra ese culto a la amistad que, según la expresión del señor Binet-Valmer, prepara el culto a la patria? Sólo puedo aseguraros que me burlo de todo esto y repetiros: Abandonadlo todo. Abandonad Dada. Abandonad a vuestra mujer, abandonad a vuestra amante. Abandonad vuestras esperanzas y vuestros temores. Abandonad vuestros hijos en medio del bosque. Soltad al pájaro en mano por aquellos que están volando. Abandonad si hace falta una vida cómoda, aquello que os presentan como una situación con porvenir. Lanzaos a los caminos.
Traductor: Miguel Veyrat
Los pasos perdidos. Madrid. Alianza Editorial. 1972. Págs 97-99
AZÚCAR AMARILLO Adelante con la música. Sí, buenas gentes, soy yo quien os ordena quemar, sobre una pata enrojecida al fuego, con un poco de azúcar amarilla, el pato de la duda, de labios de vermouth Isidore Ducasse Bajo la firma de Albert Camus puede leerse con estupor en el último número de los Cahiers du Sud (1) un artículo cuyo título, Lautréamont y la banalidad, por sí sólo parecería ya una provocación. Este artículo, probablemente extraído de un ensayo titulado La Révolte (2) anunciado por el autor de los Justes, es testimonio por su parte y por primera vez de una posición moral e intelectual indefendible. “Moral”: Hay motivos de inquietud desde las primeras palabras. Lautréamont “es, como Rimbaud, el que sufre y se ha rebelado; pero, retrocediendo misteriosamente (sic) a decir que se rebela contra lo que es, pone por delante la eterna coartada del insurrecto: el amor a los hombres”. Aparte de que nada es más falso (Lautréamont declara que él se ha “propuesto atacar al hombre y a Aquel lo creó”), resulta de lo más abrumador ver a alguien a quien podía tener por hombre de corazón negarle al insurrecto el sentimiento de obrar, no ya por su propio bien, sino por el de todos. ¿A quién podrá hacerse creer que Sade y Blanqui pasaron la mayor parte de su vida en prisión por el hecho de repudiar su propia condición y no por la que se ofrece a la colectividad? Hay aquí una insinuación manifiestamente calumniosa, de todo punto intolerable. La palabra “coartada” es repugnante, pertenece al vocabulario de la represión. Quién así habla se sitúa bruscamente en el bando del peor conservadurismo, del peor “conformismo”. “Intelectual”: Todavía no se había escrito sobre Lautréamont algo tan apresurado, tan irrisorio. Sería como para pensar que el autor de semejante artículo no lo conoce más que de oídas, no le ha leído. De la obra más genial de los tiempos modernos, que plantea innumerables problemas de “intención”, que transcurre simultáneamente en distintos planos, abunda en colisiones de sentido, especula con continuas interferencias de lo serio y el humor, y desorienta sistemáticamente la interpretación racional, nos presenta una trama que valdría como mucho de resumen de un folletín: “Maldoror, desesperando de la justicia divina, tomará el partido del mal. Hacer sufrir, y sufrir al hacerlo, tal es el programa.” En su bellísimo estudio sobre Lautréamont (3) –al que Camus alude en una nota, insignificante por lo demás-, Maurice Blanchot ha dado no obstante buena cuenta por adelantado de tan burdas simplificaciones. Ha sabido mostrar que el corazón de Lautréamont “es también el del universo” y que su lucha hace de sus propios tormentos “la finalidad y la expresión de la lucha universal”. Nadie ha comprendido mejor que él que el gusto que ha tenido Lautréamont de sorprender al lector se debe a que “ese lector es él mismo, y a lo que debe sorprender es al centro atormentado de sí mismo, en fuga hacia lo desconocido”. Nadie ha sabido tampoco poner mejor en evidencia del pulso profundo de una obra centrada toda ella en el eje de su “deseo” y cuyo movimiento calca el de la experiencia erótica. Mas tales advertencias, a pesar de su carácter perentorio, no son para Camus sino letra muerta. No quiere ver en Lautréamont más que a un adolescente “culpable” al que es preciso que él, en su calidad de adulto, reprenda. Y llegar incluso a encontrarle en la segunda parte de su obra: Poésies, un merecido castigo. De creer a Camus, Poésies no sería más que un amasijo de “banalidades laboriosas” –vuelve a ello-, la expresión de la “banalidad absoluta”, del más “triste conformismo”. Ni que decir tiene que esto no podría resistir ni el menos atento de los exámenes. Que ese librito plantea un enigma perenne, y singularmente irritante, preciso es reconocerlo; pero de ahí a suprimirlo con tan vulgar alarde de prestidigitación, en modo alguno puede tolerarse. Cierto es que no se puede más que conjeturar, y harto débilmente, las razones que pudo tener tratándose para volver de pronto la espalda o (quién sabe, tratándose de él) de aparentarlo. Maurice Blanchot ha subrayado aquí también la ambigüedad del texto. (“Un gran número de “pensamientos”, si es que celebran la virtud, la celebran tan desdeñosamente o, por el contrario, con tan desmedido exceso que la alabanza se vuelve menosprecio… ¿Qué poder hay, pues, en él, vuelto, sin embargo, hacia la luz; qué superabundancia creadora puesta en vano al servicio de la regla, pero tan grande que no puede sino humillarla y, a sus espaldas, glorificar la libertad sin medida?”) Camus –que considera a Hegel como el gran responsable de las desdichas de nuestro tiempose priva aquí en exceso de los auxilios de la dialéctica. El procedimiento aplicado en Poésies, que consiste en contradecir con obstinación –y siempre muy sutilmente- pensamientos de Pascal, de la Rochefaucauld, de Vauvenargues, aparte de ser incontestablemente subversivo, pone en funcionamiento una operación de refutación general – dialéctica- que invertiría el signo bajo el que pretende estar construida la obra. Camus, que por otra parte se muestra insensible al singularísimo tono de Poésies, no parece haber reparado en ello ni por un momento. El daño lo sería sólo a medias si la inteligencia de tales enfoques no se propusiera erigir la tesis más sospechosa del mundo, a saber la que la “rebelión absoluta” no puede engendrar más que el “gusto por la servidumbre intelectual”. He aquí una afirmación totalmente gratuita, ultraderrotista, que no puede menos que merecer el menosprecio en medida aún mayor que su falsa demostración. Toda nuestra indignación sería poca ante el hecho de que escritores que gozan del favor del público se dediquen a rebajar lo que es mil veces más grande que ellos. No hace tanto tiempo que se presentaba un Baudelaire que no era sino “ausencia de vida o destrucción de la vida”, presa de una “tensión vana, árida”, matándose voluntariamente “a módicos plazos” y cuyas características eran “frigidez, impotencia, esterilidad, ausencia de generosidad, negativa a servir, pecado”. “Apostaría –llegaba a decir en su exaltación el autor del retrato-, apostaría que prefería las carnes en salsa a los asados, y las conservas a las legumbres frescas.” Estos señores llevan una vida fácil: que soporten, pues, de vez en cuando alguna llamada a la decencia.
1. Primer semestre de 1951.
2. Poco tiempo después aparecería el ensayo en cuestión con el título de L´Homme révolté.
3. Lautréamont et Sade, les Editions de Minuit.
Traducción de RAMÓN CUESTA y RAMÓN GARCÍA FERNÁNDEZ
La llave de los campos. Madrid. Editorial Ayuso. 1976. Págs. 275-278.
MATTA (1911-2002)
La perla se echa a perder a mis ojos… La perla se echa a perder a mis ojos en su valor comercial. Quien hace su oficio de zambullirse en su búsqueda, igualmente en el arte, se muestra a la luz del día cada vez más débil, se corroe pronto de una tos seca (pienso en la actitud de un Valéry ante la vida, tan fina a la vez que tan avara, toda frotada de una pequeña risa nihilista). Aquí, en la playa de Percé, en Gaspésie, de la mañana a la noche las gentes de toda edad, de diversas condiciones, están en busca de ágatas brutas traídas por el mar. Se trata de pequeñas piedras cuyo aspecto general bastante ingrato se compensa muy ventajosamente en un resplandor de ángulo característico, aun cuando éste sólo fuese imprevisto. Pero en ese resplandor, inmediatamente, ¿quién sabe lo que puede resultar a la vista de todos, para que entre en juego esa avidez en la búsqueda, esa delectación recuperada a cada nueva proximidad de la miras? Fiebre muy diferente de la del oro, o del petróleo, pues el objeto encontrado es, en el caso del ágata, ya no un medio sin un fin (ninguna segunda intención lucrativa mancha la pasión de los buscadores: algunos hablan sin duda de hacer “montar” la piedra para adorno, pro esa gestión, por parte de la mayoría, permanece improbable). Esto me lleva a pensar que estamos aquí en el origen de uno de los deseos humanos más comunes y más imperiosos, nada menos que de aquel que tiende a florecer en el arte, aunque el término de ese florecimiento el vulgo lo reconozca difícilmente. A la grisura creciente de las obras reflexivas “construidas”, el primer gesto del surrealismo consistió en oponer imágenes, estructuras verbales completamente semejantes a esas ágatas. Con qué paciencia, qué impaciencia las buscábamos nosotros mismos y cuando se presentaba alguna –porque se presentaron- cómo le dábamos vuelta y qué insaciables de ellas éramos también, esperando siempre más de la próxima que de la última. Y sabíamos también que el ágata mental no tiene más probabilidades que la física de ofrecerse sola, que le gusta, que necesita la compañía de guijarros más modestos. Le dábamos todo el campo necesario. ¿No era lo esencial, sino sigue siéndolo asir, poder manejar, y conservar visible, mantener al alcance esos instantes del verbo humano justamente cargados de luz, donde se absorben soluciones hasta tal punto más numerosas y más ambiciosas que la que el pensamiento riguroso se apropia? Incluso las ágatas de Percé, enfermizas, ¿qué habilidad, qué genio humano logrará hacerme ver el equivalente de lo que pasa de la una a la otra en el rombo curvilíneo agitado por un temblor interior que recortan las cortinas superpuestas de sus ventas irisadas? Hay aquí fusión y germen, equilibrios y partidas, compromiso convenido entre la nube y la estrella, se ve el fondo como siempre soñó el hombre. No es sino una gota, de acuerdo, pero de ella se pasa directamente a la concepción hermética del fuego vivo, el fuego filosofal. El secreto de su atracción, su virtud ¿no podrían consistir en que en ella y en su multiplicidad misma circula, bajo un gran peso de sobra, la imagen del “esperma universal”? Mata es aquel que se lanzó al ágata –ya no designo con esto tal variedad de mineral particular para englobar todas las piedras que esconden esa “agua exaltada”, esa “alma del agua” que disuelve los elementos y “da el verdadero azufre o el verdadero fuego” según el testimonio de los ocultistas (1). Está bien claro que la captación de esa agua, en la medida en que actúan como supremo disolvente, no deja subsistir para el ojo de las apariencias convencionales (2). Pero como, en la persona de Matta, el médium es el mismo tiempo el ser más despierto, más joven y más vivo que conozco, en él todo lo que es espectáculo de primera y ya no de segunda vista tiende a conseguirse sobre el principio de un animismo total. Ese animismo, a través de Lautréamont y Rimbaud, no ha dejado de anticiparse a la vez que se afinaba a partir del romanticismo, donde puede observarse en su estadio infantil. Sin duda ya no se plantea hoy la cuestión de si la roca piensa y la flor sufre, menos aún la de enfocar un mundo material como una encrucijada de almas prisioneras, unas arrastradas en un proceso de caída, otras en una proceso de ascensión: el animismo actual se ha despercudido demasiado bien de los lodos helados del pecado. Lo que permanece, lo que culmina, es la certidumbre de que nada es en vano, de que toda cosa considerada habla un lenguaje descifrable, susceptible de ser escuchado al unísono de alguna emoción humana. A este respecto la obra de Matta arroja una timidez, presta un carácter bastante retrógrado a la actividad llamada “paranoico-crítica” que sólo permite aprehender aspectos anecdóticos todos de silueta (que no trascienden en nada el mundo inmediato) y que además hemos visto, con Dalí, degenerar en obsesión de adivinanza. Matta lleva mucho más lejos la desintegración de los aspectos exteriores: es que, para quien sabe ver, esos aspectos están abiertos, abiertos no sólo como la manzana de Cézanne a la luz sino a todo lo demás, incluyendo los otros cuerpos opacos, con los que están constantemente dispuestos a fusionarse, que en esa fusión únicamente se forja una clave que es la única llave maestra de la vida. Así llega a hacernos tocar, como dice él, “los hombros opacos de los árboles humeantes” lo mismo que puede escoger dirigirnos a través de una vegetación coralina que figura el sistema nervioso del quincajú y no inanimado, tal como la disección lo revelaría, sino mucho más real, tal como entra en simpatía con el del hombre en las relaciones que mantiene, por ventura, con ese pequeño animal. Así, igualmente, nos convida sin cesar a un nuevo espacio, que rompe deliberadamente con el antiguo, puesto que este último no tiene sentido sino en la medida en que es distributivo de cuerpos elementales y cerrados. Poco importan los apoyos momentáneos que esta manera de ver y de hacer ver ha buscado sucesivamente para sí en las visiones científicas de la morfología psicológica, de la teoría de la Gestalt, de la astrofísica, de la histología y de la física molecular. La necesidad de semejantes apoyos no expresa otra cosa que la aspiración a extender, ayudándose con los recursos más modernos, el campo visual –si bien puede, es cierto, responder también a la necesidad de confundir a aquellos que están listos a revocar como “abstracta” toda forma no registrada comúnmente por el ojo (hace un siglo, la curva del filamento del foco eléctrico habría parecido el colmo de la abstracción). Más allá de esas pasarelas que velan por mantener en comunicación al inspirado y al experimental se pone ella misma a prueba y se refuerza aquí una confianza sin reservas en la perfectibilidad de las facultades del hombre, en su capacidad ilimitada, y únicamente desviada, de invención, de comprensión y de maravilla. Unas disposiciones tan generosas, por supuesto, no podrían valer sino en función de lo que tiene que ofrecer aquel que las muestra, puesto que también no se puede dar sino lo que se tiene. Lo que constituye la riqueza de Matta, es que, desde sus primeras obras, estaba en posesión de una gama colorística enteramente nueva, tal vez la única, en todo caso la más fascinante que se haya propuesto desde Mattise. Esa gama, cuya gradación se opera a partir de cierto rosa púrpura transformable, ya famoso, que Matta parece haber descubierto (“la sorpresa –le he oído decir- estallara como un rubí fluorita a la luz ultravioleta”), se orden según un clima complejo. El prisma de Matta, que incluye en efecto el prisma de descomposición de la luz solar al aire libre y el de su descomposición de la luz solar al aire libre y el de su descomposición a través de cada una de las sales, llega hasta corregirse por medio de la escala de variaciones introducida por la luz negra. Por encima de todo, la interpretación simbólica de los colores, solos o en sus relaciones (el azul es la sombra, etcétera), se encuentra en él revolucionada por la interferencia constante de lo visual y de lo visionario (esto empezó con Seurat, en quien se mantiene sin embargo una muy fuerte predominancia de lo visual), fenómeno que no reconoce equivalentes sino en el espíritu de los primitivos, por una parte, y, por otra parte, en ciertos textos esotéricos de gran clase: “La cabeza de cuervo desaparece con la noche; un día el pájaro vuela sin alas, vomita el arcoíris, su cuerpo se hace rojo, y sobre su espalda sobrenada el agua pura” (Hermes). En el punto actual de su evolución, ha podido verse ya a Matta mostrando el máximo posible de exigencia para consigo mismo y no contentándose con los dones excepcionales que sin embargo le ha concedido la naturaleza. Nadie ha permanecido más interrogante, nadie se ha mostrado más celoso de recoger la sustancia viva –erizada de dificultades pero de proyección mucho más lejana que las otras- de obras como la de Alfred Jarry, de Marcel Duchamp, nadie ha espiado con un ojo más penetrante a su alrededor el germen de una belleza, de una verdad o de una libertad nueva. “El mar avaro, como dice usted (me escribía). El bosque también es pobre. Sólo el aullido del viento está lleno de cosas.” Recuérdese la génesis asignada a la “luz astral”, al agente creador: “El sol es su padre, la luna es su madre, el viento la ha llevado en su vientre”. La tierra es sólo su nodriza. Sobre el abismo actual de todas las consideraciones que podrían dar precio a la vida, abismo que ya sólo perdona al amor humano, Matta es aquel que mantiene mejor la estrella, que está sin duda en el mejor camino para alcanzar el secreto supremo: el gobierno del fuego.
1944
Selección y prólogo de MARGUERITE BONNET
Traducción de TOMÁS SEGOVIA.
Antología (1913-1966). México. siglo xxi editores. 1978. Págs. 267-272.
PEZ SOLUBLE (1924)
(Fragmentos)
6
Bajo mis pies, la tierra es un inmenso periódico desplegado. A veces pasa un fotografía, curiosidad como cualquier otra, y hasta mi llega uniformemente el olor de las flores, el buen olor de la tinta de imprenta. En mi juventud, oía decir que olor del pan caliente resulta insoportable a los enfermos, pero repito que las flores huelen a tinta de imprenta. Los propios árboles no son sino “sucesos” más o menos interesantes: aquí un incendiario, allá un descarrilamiento. En cuanto a los animales, hace mucho tiempo que han dejado de tratar a los hombres; las mujeres solamente mantienen con estos últimos relaciones esporádicas, parecidas a estos escaparates de los grandes almacenes, a primera hora de la mañana, cuando el jefe de escaparate sale a la calle para juzgar el efecto que hacen las oleadas de cintas, las cortinas, el guiño de los encantadores maniquíes. La mayor parte de este periódico que recorro, en la primera acepción del verbo, está consagrada a los desplazamientos y estancias, tema cuyo título consta en excelente situación, en lo alto de la primera página. Es notable advertir que el periódico dice que mañana iré a Chipre. El periódico presenta, en la parte inferior de la cuarta página, unas arrugas singulares que bien puedo describir del modo siguiente: diríase que ha cubierto un objeto metálico, a juzgar por la mancha de herrumbre que pudiera ser un bosque, y este objeto metálico quizá fuese un arma desconocida, semejante a la aurora y a una gran cama estilo Imperio. El escritor que firma el artículo sobre modas, en las cercanías del bosque antes mencionado, escribe un idioma muy oscuro, que, sin embargo, me permite concluir que, esta temporada, las jóvenes desposadas encargarán sus “déshabilles” a la Compañía de las Perdices, nuevo gran almacén que acaba de inaugurarse en el barrio Glaciar. El autor, que parece estar muy principalmente interesado en la ropa interior de las mujeres jóvenes, insiste en que a estas últimas se les permite cambiar su ropa interior de cuerpo por ropa interior de alma, en caso de divorcio. Después, me dedico a la lectura de unos cuantos avisos publicitarios, muy bien redactados, en verdad, en los que las contradicciones cumplen una función muy dinámica; verdaderamente, en que esta empresa de publicidad las contradicciones se utilizan como si de aquel instrumento que bascula, con papel secante, se tratara. La luz ciertamente escasa que ilumina los tipos de letra más opulentos, esta misma luz es cantada por grandes poetas, con lujo de detalles que tan sólo pueden ser juzgados mediante una analogía con los cabellos blancos, por ejemplo. También hay una notable vista del cielo, exactamente al modo de estos membretes de cartas comerciales, en los que aparece una fábrica echando humo por todas sus chimeneas. Por fin, la política, harto olvidada a mi parecer, tiende ante todo a procurar las buenas relaciones entre hombres de distintas tendencias, entre los que se cuentan en primer lugar los hombres con tendencia al calcio. En el informe de las sesiones de la cámara, simple como un juicio de faltas de química, se advierte una mayor parcialidad, ya que no se hace mención de los movimientos de las alas. Poco importa, ya que los pasos que me han conducido a esta desolada orilla me llevarán todavía más lejos… ¡Desesperadamente más lejos! No me queda más remedio que cerrar los ojos, si es que quiero dejar de prestar atención, atención maquinal y, en consecuencia favorable, al Gran Despertador del Universo.
8
Sobre el monte de Santa Genoveva hay un gran abrevadero al que acuden a refrescarse, cuando cae la noche, cuantas bestias inquietantes y plantas sorprendentes quedan aún en París. Diríase que está este abrevadero seco si, examinándolo más de cerca, no se viera avanzar caprichosamente sobre la piedra un hilillo rojo que nada ni nadie puede matar. ¿Cuál es la sangre preciosa que sigue fluyendo en este lugar, la sangre preciosa que no pueden desviar de su aparente destino las plumas, los vellos, las hojas de perdida clorofila que aquélla lame? ¿Qué princesa de sangre real se consagra, desde su desaparición, a conservar cuanto más soberanamente tierno hay en la fauna y la flora de este país? ¿Qué santa con mandil de rosas hace fluir esa quintaesencia divina a lo largo delas venas de la piedra? Todos los atardeceres el surco maravilloso, más bello que un seno, se ofrece a nuestros labios, y la virtud apaciguadora de la sed propia de la sangre de las rosas comunica al cielo en torno, mientras sobre un mojón, tiembla un niño que cuenta las estrellas, muy pronto este niño conducirá su rebaño de crines milenarias desde el sagitario o flecha de agua que tiene entre sus manos, una para extraer, otra para acariciar y otra para cobijar o dirigir, desde el sagitario de mis días hasta el perro de Alsacia que tiene un ojo azul y el otro amarillo, el perro de los anáglifos de mis sueños, el fiel compañero de las mareas.
9
¡Sucia noche, noche de flores, noche de estertores, noche embriagadora, sorda noche cuya mano es un ciervo volante abyecto retenido con hilos desde todos los costados, hilos negros, hilos vergonzosos! Campo de huesos blancos y rojos, ¿qué has hecho con tus inmundos árboles, con tu candor arborescente, con tu fidelidad que era una bolsa de perlas concisas, con tus flores, con tus inscripciones de diversa naturaleza, con tus significados de infinitas interpretaciones? ¡Y tú, bandido, bandido, me matas, sí me matas, bandido del agua que deshojas tus navajas en mis ojos, de nada tienes piedad, agua destellante, agua lustral que tanto amo! Mis imprecaciones os perseguirán mucho tiempo como una muchachita muy bella, tan bella que de bella de miedo, que agitara hacia vosotros su escoba de mimosa. En la punta de cada rama hay una estrella, y no, no basta con esto, achicoria de la Virgen. No quiero veros más, acribillaré con postillas vuestros pájaros que ni siquiera son hojas, os echaré de ante mi puerta, corazones inconstantes, sesos de amor. ¡Basta ya de cocodrilos, ahí, abajo, basta de dientes de cocodrilo sobre las corazas de los samuráis, basta, por fin, de chorros de tinta, de renegados con manguitos púrpura, de renegados con ojos de grosella, con cabellos de mujerzuelas! Esto se ha terminado, ya no ocultaré más mi vergüenza, no volveré a estar tranquilo por nada del mundo, por menos de nada. ¿Y si los volátiles son grandes como casas, cómo podéis pretender que gocemos, que conversemos con nuestros gusanos, que pongamos la mano sobre los labios de las conchas que hablan sin cesar? (¿Quién? ¿Quién conseguirá por fin hacer callar a estas conchas?) ¡Basta de soplos, para dorar de una sola vez el pan del aire, para hacer restallar la gran goma de las banderas dormidas, manos solares, en fin, manos heladas!
16
Sólo la lluvia es divina, debido a que, cuando las tormentas sacuden sobre nosotros sus grandes cabezas y nos arrojan su bolsa, nosotros insinuamos un movimiento de rebeldía que únicamente corresponde a un roce de las hojas del bosque. Yo he visto pasar un día a los grandes señores con papo de lluvia, montados a caballo, y yo soy quien les recibí en el Buen albergue. Hay la lluvia amarilla, cuyas gotas, largas como cabelleras, descienden rectamente sobre el fuego que apagan; y hay la lluvia negra que se escurre y forma riachuelos sobre los cristales con temible complacencia; pero no debemos olvidar jamás que sólo la lluvia es divina. En este día de lluvia, día en que, al igual que tantos otros, yo sólo me encargo de vigilar el rebaño de mis ventanas al borde de un precipicio sobre el que se ha tendido un puente de lágrimas, observo mis manos que son como máscaras sobre rostros, lobos que se acomodan muy fácilmente al encaje de mis sensaciones. Tristes manos, que quizá me ocultáis toda la belleza, tristes manos, no me gusta vuestro aspecto de conspiradores. Haré que os corten la cabeza, y no esperaré que seáis vosotros quienes deis la señal; espero la lluvia como una lámpara elevada tres veces en la noche, como una columna de cris que sube y baja, entre las súbitas arborescencias de mis deseos. Mis manos son Vírgenes en la menuda hornacina en el fondo azul del trabajo. ¿Qué contienen? No quiero saberlo, no quiero saber la lluvia como un arpa a las dos de la tarde en un salón de la Malmasion, la lluvia divina, la lluvia anaranjada como el revés de una hoja de polipodio, la lluvia como un huevo totalmente transparentes de pájaro mosca, y como violentas voces devueltas por el milésimo eco. Mis ojos no son más expresivos que estas gotas de lluvia que con tanto placer recibo en el interior de mi mano; en el interior de mi pensamiento cae una lluvia que arrastra estrellas consigo, una lluvia como un claro arroyo que transporta el oro por el que los ciegos se matarán entre sí. Entre la lluvia y yo media de un pacto deslumbrante, y, en recuerdo de ese pato, a veces llueve mientras el sol resplandece. Lo verde también es lluvia, oh céspedes, oh céspedes… El subterráneo a cuya entrada hay una lápida sepulcral con mi nombre inscrito en ella, en el subterráneo en que mejor llueve. La lluvia es la sombra bajo el inmenso sombrero de paja de la muchacha de mis sueños cuya cinta es un canalizo de lluvia. ¡Qué bella es, ojalá su canción, en la que se evocan los hombres de los más célebres plomeros, que esta canción sepa conmoverme! ¿En qué se han empleado los diamantes sino en formar arroyos? La lluvia aumenta el caudal, la lluvia blanca, con la que se visten las mujeres para el matrimonio, y que huele a flor de manzano. Tan sólo abro mi puerta a la lluvia, pese a que llaman constantemente y me falta muy poco para desmayarme cuando insisten en la llamada, pero cuento con los celos de la lluvia para liberarme al fin, y en los momentos en que tiendo mis redes a los pájaros del sueño, tengo ante todo la esperanza de captar los maravilloso paraísos de la lluvia total, de la pájaro lluvia que existe como existe el pájaro lira. Tampoco me preguntéis si proyecto penetrar dentro de poco en la conciencia del amor, como algunos dan a entender; os repito que si me veis dirigirme hacia un palacio de cristal en el que niqueladas medidas de volumen se disponen a darme la bienvenida, lo hago con el fin de sorprender a la Lluvia durmiente del bosque, que deberá convertirse en mi amante.
Trad. ANDRÉS BOSCH
Manifiestos del surrealismo. Barcelona. Visor Libros. 2002. Págs. 60-61, 64, 64-65, 72-73.
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