Bajo el olor de las metrallas, las cabezas perforadas de
soldados escondidos en trincheras, los obuses lanzados en la testa de un poeta,
una poesía, empantanada en cieno y sangre, emerge entre las sombras de la noche
y el furor de las premoniciones oníricas. La cabeza aleonada, mirada de búho en
la sombra, resguardado desde las clínicas psiquiátricas, con el empeño de las
disciplinas de la hipnosis, con el ejemplo de un Jean-Martin Charcot. Sube la
espuma del siglo. No hay monte
de la piedad donde quedar quieto. Todo se mueve, un fluido que se entrega, el Dadá en esquirlas, el conjuro en un
pavor y un Favor, puros campos magnéticos hechos para reventar
esquemas.
El siglo se presenta irónico y bestial, mientras los artistas
buscan un Claro de tierra y no hacer
de los pasos perdidos, un aguacero
enervado entre cicatrices y abismos donde sólo quedaría en flotación el pez soluble. El barco esta consumido
en incendios y cada marinero sufre de un trastorno visceral sobre la proa de
sus días. Un puñado de jóvenes, han podido diagnosticar la pesadilla, salen del
mar animales infecciosos, alaridos y sirenas con cantos atribulados y
maledicentes naufragios. Louis Aragon, viste de locomotora el amor de Elsa
Triolet, la misma hermana del amor de Mayacosvky, un incierto puente entre
lirismo surreal y un comunismo fractal. Philippe Soupault, nos deja entre la rosa de los vientos y las últimas noches
de Paris, un escenario de poemas, con aristas, vericuetos y fantasmas.
Lúcido hasta el extremo, un juego de combinaciones, azares e impulsos íntimos y
fuegos interiores. Paul Éduard, sale en forma de escarabajo entre los montones
de astillas y residuos de la guerra, convierte el amor en una trinchera, el
poema en un asalto, la vida en una tuberculosis con banderas, su palabra es una
explosión entre lo sensual, lo erótico y el heroísmo, una bufanda de estrellas
en una mujer que siempre se diluye.
René Crevel atosiga a la familia, el orden establecido del
pilar moral, enfermo, atormentado, bisexual en entredicho, novelista entre
poetas y poeta entre los párrafos, enfermo entre los sanos, comunista entre
aristócratas, atrevido y caótico, lúcido y a la hora del crepúsculo, un
solitario que se marchitó muy joven. Metió Los
pies en el plato, sin Rodeos, sólo
haciendo sonar El Clavecín de Diderot. Un
genio que tose, una tormenta en mil silencios.
Michel Leris, murió de surrealismo contumaz, a la edad de 89
años, a pesar de expulsiones, consejos y
advertencias, siguió una senda que lo hace testigo del siglo XX
surrealista. Una lucha feroz contra el aburrimiento, una mirada introspectiva
de sí mismo, buscando desbaratar las cadenas del encierro y el poder. Robert
Desnos que respiraba surrealismo, que se había convertido en el profeta, fue
excomulgado, su poesía posterior más medida
lo convirtió a los ojos de la ortodoxia en un espurio y mucho más cuando
se alía con Bataille, firmando El
cadáver, un ataque duro al Buey
Bretón. Estos ir y venir, entre expulsiones
y regresos, marcan mucho de los abismos, reencuentros, salidas y repulsiones,
entre los protagónicos surrealistas. La tumba de Benjamin Peret está cerca del
descanso de Bretón, su último y uno de sus primeros aliados. Surrealista en
vida y obra, combatiente de la república
española, en Brasil y en Francia, su postura era la de la libertad, el amor por
causas limpias y bellas como la poesía estremecida por besos y huracanes,
fulgor social y amor humano. Un libre ejercicio del pensamiento, una actitud
insular en un mundo agiotista y consumista.
Dubuffet, llegó tardío, surrealista y patafisico, creando el
arte en bruto, arte de prisioneros, dementes y niños, una apertura que rompía
con estéticas limpias, rompe con el discurso de un arte que diga, que se
exprese en una historia, aquí es más libre, más suelto, menos dado aún
discurso, y más cercano a un acto libre.
Masson, pinta mientras su poética se entrelaza como
ilustrador de textos, su sangre, sus convulsiones, sus desnudos, sus seres
despellejados, entre máscaras y los seres heridos, retorcidos, angustia y
erotismo, fuerza y salvaje belleza en un color de incendio consumado. En él
todo es intenso, pasional, el mismo Bretón lo admira, lo rechaza, lo celebra y
se distancia. Una ambivalencia de pudores y pasiones, de amistades truncas,
pasando por Artaud, Leris, Max Jacob, Miró, el mismo Bretón y Bataille, abismos
y afinidades, saltos y silencios-
A todo esto el León sigue debatiendo sus zarpas espigadas.
Bretón no se despacha con una pincelada, con una gota de perfumes
ensangrentados, muy a pesar, aún de el mismo, se le quiere y se le teme, hierba
roja que brota de la sombra, aguijón mordaz que entumece con sus dardos, un
amor abierto, una fuerza extraordinaria, casi terca, lo acompaña siempre.
Siempre en él hay una Legítima defensa, antes
que Un Cadáver, es la presencia vital
de las Nadja, lo femenino como
explosión e irrigación. Una Inmaculada
concepción llena de espinas y asperezas, una labor relentilizada, juego,
apuesta y silencio, tarot , mística y alquimia, sueños, arte de barajas y de
nuevo el silencio. Con él todo era una Unión
libre, más luego vendrían los abismos, los desacuerdos, las precariedades y
distancias. En muchos momentos se sintió, ese golpe, esa Miseria de la poesía, esa osadía de salir dando disparos al aire
con el revolver de los cabellos blancos,
la búsqueda de esos vasos comunicantes, esos
mensajes automáticos, ese amanecer, en el Aire del agua, pasando por el lavadero
negro. Breton se hace un fantasma que saludamos con las manos metidas en un
gabán, nos sorprende sacar la palma por el frio nocturno y el semblante pálido.
Lo vemos cruzar una calle de cualquier ciudad, un grupo de artistas y poetas cerca
de él, bostezan, fuman, charlan, le dan nombres a las calles por donde pasan,
renombran palabras como acertijos, haces fanzines, pintan muros, escriben en
las piedras. Tropas del espacio, seres que lo han visto en una foto y se
asombran de verdad, que lo leen, lo gozan y lo admiran, pero muchos van y
viene. Bretón despeinado, alucinante figura entre las sombras. Salido del Castillo estrellado, reivindicando un Amor loco, por las Trayectorias del sueño. Todo poeta tiene una patria inventada,
donde se es cartógrafo de paraísos diluidos, y de paisajes en su sangre. El
caso de la presencia de Bretón, es una roca, una serranía, un lago, no siempre
es algo quieto.
Mi generación de atormentados y a la vez de apasionados
dichosos, lo vimos una vez desde un montículo de piedras. Lo leíamos para hacer
un símil, un acercamiento, unas publicaciones que parecieran animales con
palabras. Hicimos manifiestos, nos juntamos con pintores, conocimos cineastas,
nos apasionó el performance, una sensación de estar probando todo una
glotonería de saberes y un juego constante para pasar del bar al escritorio, de
la calla al cementerio, del sexo a la santidad más laica y menos ortodoxa. Nos
hicimos con la oda a Charles Fourier, contemplamos
nuestros tréboles de cuatro hojas, pura
magia cotidiana, los saberes del arcano 17, como una apuesta que hace de
la poesía algo más que bitácoras, cuadernos y exhibiciones, la fuerza nos la
daba el azar, el automatismo, la fiesta, la lectura hasta de nubes, un amor
juvenil que nos ha tomado ya con canas. Todo desde nocturnas complicidades,
desde muy párvulos, sentimos que hoy en día, después de cuarenta años, para
nosotros todavía el fantasma risueño, el corsario de los barcos de Turner, el
Bretón de las sombras, aún nos mira con una libélula en el rostro.
Aún no dimensionamos, pese a catedráticos y críticos, esa
fuerza creadora que impresionó en nuestras narices, brotando una manera rica y
nueva de decir las cosas. Cómo diablos se juntaron poetas, pintores, en medios
de dos guerras, sin caer en un escepticismo crudo, en algo así como en las
arenas pesimistas donde se borra el humor y la algazara como encuentro de
profundidades.
Aunque lo hayan catalogado de Pope, gran Buey, de soldado del
rayo, de un ser difícil, duro y algo ortodoxo, no podemos olvidar esa inmensa
capacidad de salir con la fuerza del que desnuda las palabras y los actos.
Bretón no es el surrealismo, es su flor y en gran parte su fruto. Más el árbol,
es el siglo XX, la sombra de la guerra y la capacidad de respuesta para no
perder el asombro de la humanidad. Bien se ha dicho tantas veces, no es ser
artista, o escribir poemas, ni hacer una película, lo de menos es ser
hacedores, es una forma de vida, un ser en movimiento.
Uno se junta con él, lo admira, se comparten sus ideas,
también se desliza, se separa, se arriesga a otras alternancias, pero no se
olvida. Bretón no es claro oscuro, es un golpe, algo contumaz, imborrable, una
pesadilla o un amor, no hay límite. A los cien años del Surrealismo, la figura
de Bretón aún se pasea por los postigos del amanecer, por los rotos de la
tarde, por un claro de Luna azul como una mandarina, está ahí sentado, al
frente con un clavel y una bala, con un alfiler y una bayoneta, no es un ser
que quiera dar pelea, es que no soporta que se le tomen sus cervezas.
Ahí está en esa gabardina de pájaros, un puñado de metáforas
con alas, una bufanda de cristal y una copa de un licor de libertad. No le
podemos pedir más, su obra nos ha dejado en un tejado, en un nicho de aire, nos
llamó a tumbar cercas. Sus amigos y contradictores, sus aliados y sus “herejes”
son parte de esa historia que nos ha rayado. No importa que muchos se hayan
fijado más en la opción de Ávida Dollars, y otros en un encierro nostálgico,
unos más en encuadernar y embalsamar lo imposible, creo en ese Bretón que nos
dio un viaje por el mundo onírico y nos rescató en la barca de la Medusa, sin
quedar convertidos en acantilados.
Salud, larga vida al surrealismo, aunque por surreal no
cuenta años sino aciertos, no se pasea por los siglos, se hace transeúnte entre
las muchas formas de amor posibles, mientras tengamos Tierra en que vivir y
caer muertos.
.
Lo Escrito se lo Lleva el Viento
El raso de las páginas de los libros que se hojean modela una mujer tan hermosa
Que cuando no se lee se contempla esa mujer con tristeza
Sin osar hablarle sin osar decirle que es tan hermosa
Que cuando uno está por saber no tiene precio
Esa mujer pasa imperceptiblemente entre un murmullo de flores
A veces se da vuelta en las temporadas impresas
Para preguntar la hora o mejor quizás finge contemplar atentamente las joyas
De un modo insólito en criaturas humanas
Y el mundo muere una ruptura se produce en los anillos de aire
Una herida a nivel corazón
Los diarios matutinos traen cantantes cuyas voces tienen el color de la arena en orillas tiernas y peligrosas
Y a veces los vespertinos dejan paso libre a cumplidas muchachitas que conducen fieras encadenadas
Pero lo mejor está en el intervalo de ciertas letras
Donde manos más blancas que el cuerno de las estrellas a mediodía
Saquean un nido de golondrinas blancas
A fin de que llueva para siempre
Tan bajo tan bajo que las alas no puedan entremezclarse
Manos por las que se asciende hasta brazos tan leves que el vapor de los prados en sus graciosas volutas sobre las charcas es un espejo imperfecto
Brazos que sólo se articulan al peligro excepcional de un cuerpo creado para el amor
Cuyo vientre llama a los suspiros desprendidos de las zarzas llenas de velos
Y que sólo tiene de terrestre la inmensa verdad de hielo de los trineos de miradas sobre la extensión absolutamente blanca
De lo que no veré nunca más
A causa de una venda maravillosa
Que es la que utilizo al jugar al gallo ciego de las heridas.
Una voz, un sueño.
“Mi mujer con ojos llenos de lágrimas
Con ojos de panoplia violeta y de aguja imantada
Mi mujer con ojos de sabana
Mi mujer con ojos de agua para beber en prisión
Mi mujer con ojos de leña siempre bajo el hacha
Con ojos de nivel de agua
de nivel de aire de tierra y de fuego”
André Breton
“Mi mujer con ojos llenos de lágrimas
Con ojos de panoplia violeta y de aguja imantada
Mi mujer con ojos de sabana
Mi mujer con ojos de agua para beber en prisión
Mi mujer con ojos de leña siempre bajo el hacha
Con ojos de nivel de agua
de nivel de aire de tierra y de fuego”
André Breton
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